Ir al contenido principal

La película del cónclave

 No se había muerto el papa y ya se tejían alianzas y se hacían zancadillas para elegir a su sucesor. Los egos y las ansias de poder constituían las motivaciones de quienes aspiraban a ocupar el solio de Pedro, sobre el que hace poco más de veintiún siglos fue construida la iglesia Católica.

Los votantes –cardenales menores de ochenta años– se reunieron después de que el sumo pontífice descansara por fin tras una larga enfermedad, de esas que llaman penosas y sobre las que la gente pide en oración que la persona se alivie o deje de sufrir.

En oración también, y en medio de la más rigurosa confidencialidad, los cardenales pasaron en estricto orden y depositaron sus votos en una urna metálica con forma de vasija. El cuerpo del papa había sido depositado en un cofre triple, a la espera de ser llevado a su última morada terrenal. Atrás quedaron la opulencia de la Basílica y de la Capilla Sixtina, donde, con sus frescos renacentistas como testigos, se llevó a cabo la elección.

Todo lo anterior es ficción en la película Cónclave, estrenada el año pasado y ganadora de varios premios internacionales, con la impecable actuación de Ralph Fiennes como Thomas Lawrence, como decano de los cardenales. Bajo la dirección de Edward Berger, las escenas transcurren en un lujoso ambiente sórdido, que recrea la magnífica construcción vaticana hecha entre 1506 y 1526 con el dinero de las indulgencias a cambio de no ir al infierno por los pecados cometidos.

Confieso que cuando era niño quería ser cura misionero, y mi papá orgulloso me ofreció todo el apoyo, pero me pidió que esperara un tiempito antes de entrar al seminario. Tenía toda la razón, pues cuando conocí con alegría los ojos de una niña cuyo nombre está asociado con la pureza y la inocencia, se acabó la vocación.

Otros procesos me empujaron fuera de la iglesia, aunque conservo enriquecidas mis creencias, conocidas como fe. Otros procesos me llamaron de nuevo, aunque prefiero guardar prudente distancia de los rituales.

Un hombre carismático, argentino sencillo y bromista, de forma sorpresiva hace doce años fue elegido como el papa 266. Su liderazgo y la fuerza de sus planteamientos liberales renovaron la convicción de que se trataba de un líder mundial, con contradicciones y todo. Un ser humano, mejor dicho.

Pidió perdón por los excesos de la iglesia durante las Cruzadas y la Inquisición, y por los abusos pederastas de miles de religiosos. Sirvió de puente en procesos de paz en todo el mundo. Condenó el genocidio en Gaza. Reconoció los derechos de las personas de la comunidad LGBTI. Se reunió con jerarcas de otras religiones y con dirigentes de todas las corrientes políticas y sociales. Acercó al catolicismo a los jóvenes escépticos.

Hace varios meses se hicieron públicas sus dolencias físicas, y antes de que muriera –un día después de la resurrección de Cristo–, ya se habrían tejido alianzas para elegir a su sucesor. Los egos y las ansias de poder constituyen las motivaciones de muchos de los aspirantes a ocupar el solio de Pedro, sobre el que hace más de veintiún siglos fue construida la iglesia en Palestina.

Al depositar sus votos, los cardenales orarán y jurarán –como en la película– que lo hacen con la convicción de que le están aportando al presente y futuro de la humanidad. No solo al presente y futuro de la iglesia Católica. Amén.

 

Tráiler oficial: https://www.youtube.com/watch?v=J0E78tL6CxY

 

Ficha técnica (de la película)

Dirección: Edward Berger.

Producción: Tessa Ross, Robert Harris, Juliette Howell, Michael A. Jackman.

Guion: Peter Straughan – ganador de los premios Oscar y Globo de Oro.

Basada en la novela Cónclave, de Robert Harris.

Fotografía: Stéphace Fontaine.

Música: Hauschka

Elenco:

Ralph Fiennes, como cardenal Thomas Lawrence

Stanley Tucci, como cardenal Aldo Bellini

John Lithgow, como cardenal Tremblay

Isabella Rossellini, como hermana Agnes

Lucian Msamati, como cardenal Adeyemi

Carlos Diehz, como cardenal Benítez

Sergio Castellitto, como cardenal Tedesco

Merab Ninidze, como cardenal Sabbadin

Brían F. O'Byrne, como monseñor Raymond O'Malley, asistente de Thomas Lawrence

Jacek Koman, como arzobispo Janusz Woźniak

Comentarios

Fredy Mosquera dijo…
Ver lo que hay detrás de una elección especialmente del sumo Pontífice, es imposible pero al leer esta sinopsis se vislumbra que en ella se tejen intrigas, zozobras e inquietudes ocurridas dentro del entorno. La cual, en la película es un abrebocas que lleva a mostrarse sea mímima o máxima pero es una realidad y así le ocurrió al Papa Francisco, un hombre que llevó a transformar paradigmas de la monarquia eclesiástica donde muchos llegaron pero pocos realizaron. Su muerte llevará a la inmortalidad donde, se espera el continuar del cambio y a la vez, de mostrar la existencia de un ser supremo que rompió tradicionalismos.

Entradas más populares de este blog

Pedofilia disfrazada dizque de música

  No he querido escuchar la “canción”, para qué. Con leer la letra es más que suficiente para casi terminar vomitando de la rabia y del malestar que la industria discográfica me produce mandando al estrellato a un grupo de quienes se creen artistas y no son más que productos hechizos que a su vez cosifican y sexualizan a una niña de 14 años, no se sabe si fruto de su “inspiración” o recordando una experiencia de pederastia. Queda, sí, la certeza de que se trata de pedofilia disfrazada dizque de música. Lo primero es que eso de música no tiene nada, lo que he escuchado de casualidad en ocasiones anteriores me parece de una ligereza cuyo fin es simplemente hacer dinero, pero de estética, nada. El debate se armó estos días, precisamente en la Semana Internacional de los Niños, Niñas y Adolescentes, con la publicación de +57 , algo que ellos llaman canción, algunos de cuyos vergonzosos apartes cito: … escucha 2Pac y ese culito es notorio. Le echo en el abdomen la cremita de O...

Quijotadas. Los nombres de la valiente Feliza

    “ Yo siempre estoy con el bando de los que ponen los muertos, no de los que matan ”: Marta Traba.   Hace unos días, una poeta amiga me reenvió el mensaje de un conocido suyo, quien le decía que se negaba a leer Los nombres de Feliza , la novela de Juan Gabriel Vásquez, porque debería ser Los hombres de Feliza . El amigo de la poeta se lavaba las manos y decía que “en todo caso, un buen escritor”. Con un muy pobre criterio literario, el señor es además de un machismo casi que irredimible, pues no entiende el papel que como mujer y como artista desempeñó la escultora colombiana Feliza Bursztyn, quien murió de tristeza. En la novela, Juan Gabriel Vásquez cuenta la anécdota de un periodista que fue a entrevistar a la escultora en su taller ubicado en Teusaquillo: “Feliza le abrió la puerta vestida con sus pantalones sucios, un delantal de cuero que la protegía de las chispas y las manos enfundadas en guantes de cuero, y el periodista preguntó: ‘¿Qué opina usted ...