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La invención de la naturaleza

La invención de la naturaleza  

Por Javier Correa Correa

 


A veces llegan a nuestros oídos “cartas con olor a rosas que sí son fantásticas”, dice una canción de un baladista español. Y a veces llegan a nuestros ojos libros que ni pensábamos, como La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt, de Andrea Wulf, quien nació en la India, fue criada en Alemania y hoy vive en Inglaterra.

Ha trasegado por el mundo, como lo hizo su ídolo y ejemplo Alexander von Humboldt, a quien en Colombia se le rinde tributo en el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos, que fue fundado hace cuarenta años y lleva su nombre.

Es difícil escribir sobre un hombre que sin duda reclamaba un espacio en el pedestal de los grandes pensadores, investigadores, tercos, sarcásticos, polímatas, políglotas, biólogos, viajeros, comprometidos con la vida, demócratas, estudiosos de los grandes volcanes y diminutos animales, ecologistas, geógrafos, de esos que no se dedican a una sola disciplina que disecciona el mundo sino que lo abordan con admiración y gratitud en su compleja totalidad.

Vamos por partes, pues de todas formas hay que ordenar las palabras. Humboldt nació el 14 de septiembre de 1769 en Berlín, Alemania (en lo que antes era Prusia), y falleció en la misma ciudad el 6 de mayo de 1859, luego de recorrer más de medio mundo, conociendo y dando a conocer ese que llamamos planeta azul pero que en realidad es iridiscente.

Con sus estudios influyó en el conocimiento y de ello se desprendieron teorías y prácticas como la común ecología que hoy sigue careciendo de la fuerza suficiente, pese a que él mismo alertó sobre el riesgo de la explotación de los recursos naturales como si fueran inextinguibles, no solo para el servicio de la humanidad sino del mismo planeta tierra. Algo que los aborígenes de Australia, África, Asia y América tienen claro, pero que era necesario que un europeo recogiera para que el resto de países desarrollados se dieran cuenta. No lo han hecho, pues el planeta sería otro si lo tuvieran claro y si el ansia de acumulación de dinero no fuera lo más importante para quienes deciden los presentes y los futuros.

Si es que hay futuros, esperemos que sí. Son muchas las generaciones que hacen fila para disfrutar de las nubes, de los ríos, de los aromas y colores y sabores de las plantas, del frío calor de los nevados que también son volcanes, de las selvas mágicas, de la visión de los animales que deambulan campantes por donde tienen derecho desde tiempos inmemoriales, en fin, de esto que llamamos Tierra, con mayúscula.

Y hay también millones de años más para este planeta, con o sin nosotros, pues el planeta mismo es un ser vivo. Y, sin alguien lo duda, que le pregunte a Alexander von Humboldt, a Aimé Bonpland, a Johan Wolfgang von Goethe, a Charles Darwin, a Henry David Thoreau, a Ernst Haeckel, a John Muir, al sabio Francisco José de Caldas, al mismísimo Simón Bolívar, a Andrea Wulf y a Brigitte Baptiste, quien fue directora del Instituto Humboldt en Colombia.

Con una investigación minuciosa y una prosa limpia que atrapa, el libro La invención de la naturaleza es, sin duda, un maravilloso acompañamiento a Humboldt y una reinvindicación de su legado que trascendió las fronteras del globo terráqueo en su monumental obra Cosmos, sobre la estructura del universo.

El libro que recomiendo con plena convicción, sin embargo, tiene algunos “agujeros negros”, como un sobredimensionamiento del mismo Humboldt, a quien se le da un protagonismo que no es relacionado con otros filósofos, poetas, pintores y científicos, como Aristóteles y Da Vinci, sino que ni siquiera los menciona, y eso que la visión de la autora es eurocentrista.

Esa es la segunda falencia, el querer escribir la historia a partir de eur opsis, cuyo prefijo eu significa verdadero y opsis significa ver. Esa oportuna definición de Europa nos la brinda la etimología del griego, para aclarar el concepto de la ciencia según los ojos de un continente que se ha abrogado el derecho no solo de explicar el mundo sino de apropiárselo, literalmente.

Aunque el mismo Humboldt se opusiera al colonialismo europeo, lo que le permitió relacionarse con el joven Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco, un caraqueño que se rebeló contra el colonialismo español, y que fue llamado Libertador de varios países. Pero en el libro se le da un protagonismo excesivo al europeo Humboldt en la gesta independentista, al tiempo que se minimiza el papel de Francisco José de Caldas, a quien a duras penas se menciona como alguien a quien el alemán conoció a su paso por la provincial Santafé de Bogotá.

No todo es perfecto, y de ello dan fe los estudios de Humboldt. Y perfecto no es el libro La invención de la naturaleza, que de todas formas recomiendo si queremos entender un tris más a este mundo diminuto que, como decían los abuelos, “es un pañuelo”. Pero es inmenso.

 


Título: La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt.

Autora: Andrea Wulf.

Traducción al español: María Luisa Rodríguez Tapia.

Editorial: Taurus.

Primera edición: 2016.

Primera impresión en Colombia: 2017.

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