El imperio de los imperios
In memorian
Sebastián Ramírez Amaya
Esta es quizás la segunda dedicatoria
a Sebastián Ramírez
Amaya, un biólogo colombiano a quien no conocí pero que conozco y aprecio
mucho. Explico: Mariana, una hermosa mujer –su madre–, y Fernando, un hombre
orgulloso –su padre–, hace unos meses, nos presentaron a su hijo a los
integrantes de un grupo de madres y padres que hemos perdido a nuestros hijos,
en esas inexplicables circunstancias que rompen el tradicional esquema de que
los mayores nos vamos primero.
Virtualmente, ingresaron a una
sesión de Lazos, un grupo en el que hablamos con orgullo de las hijas y los
hijos, a quienes hemos ido conociendo y queriendo, como conocimos a dos grupos
de simios a quienes Sebastián estudiaba en la selva de Ngogo, en la nororiental
república africana de Uganda. Biólogo egresado de la Universidad de los Andes,
en Bogotá, en 2013 hizo un estudio sobre los monos arañas en el Magdalena Medio
colombiano. Viajó a Estados Unidos, donde adelantó un doctorado en la
Universidad de Arizona, lo que lo llevó a Uganda, para adentrarse en la selva y
en la vida de los chimpancés.
El último día de su trabajo de
campo, el 10 de abril de 2022, y luego de un año en la selva tropical, llamó a
Mariana, y le comentó que pocas horas después abordaría un avión para regresar
a la universidad. Había sobrevivido a los enfrentamientos territoriales de los
chimpancés y estaba tranquilo en su campamento, empacando su equipaje, cuando
un elefante lo atacó. La información llegó por cuenta de su universidad
bogotana y fue registrada en varios medios de comunicación, por aquello de la
cercanía afectiva, uno de los criterios para definir cuándo un hecho es
susceptible de ser convertido en noticia.
Hace una semana, Fernando y
Mariana nos contaron de la serie documental de cuatro episodios disponibles en
la plataforma Netflix, El imperio de los chimpancés, que le rindió un
homenaje al colombiano: In memory of Sebastián Ramírez Amaya.
Sebastián guio en varias
ocasiones al equipo de grabación que no solo se internó en la manigua sino que
convivió con los primates e incluso se mezcló con ellos en medio del fragor de
la batalla entre los grupos de los centrales y los occidentales, que se siguen
disputando el territorio para algo tan elemental como la supervivencia. De lo
que los humanos tenemos responsabilidad, pues les hemos ido arrebatando el
hábitat y cada vez disponen de menos espacio para encontrar alimentos.
Las imágenes son tiernas cuando
muestran a las orgullosas y protectoras madres que cuidan a los bebés,
inquietos y tiernos como todos los cachorritos, inclusive los humanos.
Pero son también desgarradoras
cuando evidencian la organización social y política, al mostrar las alianzas en
contra de Jackson, el macho alfa, un primate que en posición erguida puede
alcanzar un metro con setenta centímetros de altura, y con su complexión fuerte
y su decidido liderazgo preserva la integridad de los más de 150 integrantes de
su comunidad. Pero, como en las civilizaciones más avanzadas, hay quienes
confabulan para acceder al poder. Al fin y al cabo, compartimos el 99% del ADN
y, además de la desnudez peluda y la desnudez lampiña, es poco lo que nos
diferencia. Tal vez el lenguaje, como el que utilizo para redactar estas
sentidas líneas. Habría que preguntarse quiénes han evolucionado y quiénes se
han quedado rezagados millones de años, así hagan de todo, hasta Inteligencia
Artificial. Pero ese es otro tema.
La miniserie de Netflix está
estructurada en cuatro episodios: Paraíso (Paradise), Los otros (Others),
La guerra (War) y El juicio (Reckoning), y presenta la vida
cotidiana de los primates que no son apenas nuestros antepasados sino que
tratan de sobrevivir pese a los humanos, que supuestamente hemos evolucionado.
A lo mejor –a lo peor– nosotros somos el eslabón perdido.
Es impresionante como en
Ucrania, en Myanmar, en Siria, en Colombia, las patrullas de combatientes se
preparan para la guerra, igual a como lo hicieron los homínidos hace millones
de años y a como lo siguen haciendo los chimpancés en Uganda. La diferencia es
que los primates combaten por la comida, que puede estar a unos pocos metros,
tras cruzar un riachuelo, en un territorio que ya no les pertenece porque les
fue arrebatado por otro grupo que también espera alimentar a sus integrantes.
Los humanos se matan –nos matamos– por placer, por sevicia, por ambición
económica. Algo de lo que los chimpancés no tienen conocimiento ni les interesa
tenerlo.
Presumo en estas líneas que es
parte de las conclusiones de la investigación adelantada por Sebastián Ramírez Amaya, a quien le rindo un
muy afectuoso homenaje, igual que a Fernando y a Mariana. Y también a Jackson,
quien no dudó en arriesgar su vida para defender a su gente. Sí, su gente, la que le sobrevive
en Ngogo.
Ficha
técnica
Dirección: James Reed
Guion: James Reed y Matt Houghton
Dirección
de fotografía: Benjamin Saad
Producción:
Callum Webster
Producción
ejecutiva: Matt Cole y James Reed
Edición:
Gary Thomas
Trailer: https://www.filmaffinity.com/es/evideos.php?movie_id=224014
Cómo
se grabó el documental: https://www.youtube.com/watch?v=cZal12H2YNY
Palabras clave: Sebastián
Ramírez Amaya, El imperio de los chimpancés, Ngogo, Lazos.
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