“Para
mí los parques de diversiones son metáforas de paraísos ilusorios y
distorsionados. Nos amarramos el cinturón de seguridad para sentir que viajamos
a la luna; los carros locos nos dan permiso para violentar al otro; la montaña
rusa nos lleva a cavernas de cartón, a abismos mentirosos”.
Lina
María Pérez Gaviria
Por Javier Correa Correa
Si
a alguien le preguntan quién es Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant,
seguramente responderá “ni idea”. Hasta podría aventurarse a decir que es una
invención. Si a alguien le preguntan qué relación hay entre George Sand y la
literatura, seguramente responderá “un escritor”.
Si
a unas marchantas de la galería La casa amarilla les preguntan quién es Gabriel
Talero, orgullosas responderán que un excelente pintor que ellas lanzaron al
estrellato y que incluso han vendido sus cuadros en el palacio presidencial y
en varios museos de Estados Unidos y Europa. Y si les preguntan quién es
Antonia Otero, dirán que es apenas una intermediaria entre ellas y el éxito de
Gabriel Talero.
Si
a un lector le preguntan quiénes son Antonia, Gabriel, Esteban, Julián, Emilio,
Marcela, María Clara, dirá que personajes de la novela “El mismo lado del
espejo”, de Lina María Pérez Gaviria, pero uno se despista cuando, antes del
primer capítulo, la autora les agradece el haberla acompañado durante cinco años
y haberse vuelto “de carne y sueño en cada uno de los espejos que inventé para
ellos”.
Muchas
preguntas, un solo espejo. Así es difícil hacer una reseña de la novela “El
mismo lado del espejo”, que en 191 páginas más el colofón narra varias
historias a partir de la ficción literaria, con el impecable estilo de esta
escritora bogotana de ancestros paisas. Tuve la fortuna de conocer
personalmente a Lina María hace unos años en Bogotá, y de conocerla aún más en
varios de sus libros de cuentos y de la novela “Mortajas cruzadas”, que reposan
en mi biblioteca hasta cuando me vuelvan a hacer un guiño para la relectura.
Con
Alba Lucía Ángel y Laura Restrepo conforman un maravilloso triángulo de
escritoras colombianas que figura incompleto si se deja de mencionar a Rocío
Vélez de Piedrahíta, quien trascendió a otro plano pero cuya obra acaba de ser
reeditada por Eafit. Claro que hay muchas más mujeres que en Colombia han
escrito y siguen haciéndolo, con coraje y con berraquera y con calidad
exquisita. Me refiero aquí a aquellas que escriben en prosa, porque en poesía
la lista es también inmensa. Y estas líneas no pretenden hacer una reseña de
literatura hecha por mujeres, es apenas una aproximación a la novela “El mismo
lado del espejo”, por lo que este párrafo es quizás una digresión válida.
De
modo que vuelvo a la novela que me convocó. En alguna página dice Antonia
Otero: “Los bocetos iniciados en mis jornadas de trabajo se convierten en
pinturas y adquieren dignidad y presencia. Todos los días espero algún milagro
que me clave definitivamente al caballete, a la paleta, al dominio de mis manos
conectadas a las fibras más íntimas de mi alma, a la desmesura feliz y
descarada para pintar y seguir pintando sin importarme nada”.
En
otra página complementa la provocación a quien lee: “Esa es mi pretensión.
Cuando pinto, pienso en cualidades, en opuestos y contrastes: realidad y
fantasía; verdad y mentira; evidencia y falsedad”.
Irreverente,
tal vez mitómana compulsiva, Antonia Otero se desnuda frente a los caballetes
–¿del tiovivo?– y presta su cuerpo para que sea usado como lienzo por ella
misma y por Gabriel Talero, cuyas vidas se unen en los pinceles, los tubos de
óleo, la trementina. “Hemos llegado lejos, podemos alcanzar un buen pacto de compinchería;
respetar nuestros terrritorios: los estéticos, los vitales, qué se yo”.
Ella
explica que “No es tan complicado. Solo tú lo sabes… Empecé como un juego,
digamos, un divertimento… Moldeé a mi antojo a un artista de barro, al
principio, lo saqué de una costilla para hacer un muñeco insignificante… Cuando
le di un soplo de vida se desbordó, y ha ido más lejos de lo imaginado…”.
Eso
de “qué se yo” y “Solo tú sabes” no es un juego de palabras, es el vértigo de
la rueda de Chicago, del oxidado letrero “Ciudad de hierro”, de El cuarto
invisible, del Fantasma de la Candelaria. No incurro en una infidencia cuando
digo que Lina María me aclaró en una red social que “Entrar al parque de
diversiones de la portada invita a conversar con personajes y también contigo
mismo”. En ese sentido, me identifico con Efrenio, el muy discreto conductor
del carro de familia, tan discreto que apenas es descrito por la autora. Él
decide guardar uno de los grandes secretos de Antonia, “la muy astuta”. Yo
también me reservo, desde mi lado del espejo, otros secretos que Lina María
compartió conmigo en esta novela.
Ah,
para saber quién es Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant se puede consultar
Google. Para saber quiénes son Antonia Otero y Gabriel Talero, les invito a
leer “El mismo lado del espejo”.
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