Hace 10 años, cuando se conmemoraban 20 del asesinato de su padre, entrevisté a María José Pizarro, quien con dignidad y entereza se ha abierto su propio camino, para construir un país como el que seguimos soñando y mereciendo. La entrevista fue publicada en siete periódicos del país, y hoy la retomo como un pequeño homenaje al grande amigo, Carlos Pizarro Leongómez.
Cuando a bordo de un avión asesinaron al candidato
presidencial Carlos Pizarro Leongómez hace 20 años, María José, su hija, tenía
apenas 12 años de edad. Hoy vive en España, con su hijita. Vino hace pocas
semanas a Colombia para recoger la memoria de su padre y organizar una serie de
conferencias y exposiciones conmemorativas, en las que quiere plantear que la
opción no es la guerra sino la paz.
Este lunes, por ejemplo, hará una “rumba” en el
Cementerio Central de Bogotá, frente a la tumba de quien dirigiera la
desmovilización del M-19. Espera reunir a antiguos militantes de lo que fue ese
grupo guerrillero y a jóvenes que no habían nacido o apenas gateaban cuando en
Colombia se ensayaba la paz como alternativa frente a la guerra fratricida.
Jóvenes que, aun desde la civilidad, siguen sufriendo la guerra.
Cree que, pese a que seguimos en guerra y pese a
que su padre murió asesinado, valió la pena el intento, pues el camino sigue
abierto “para sembrar en esta tierra”, en la que su opción y la de los
huérfanos de la guerra no debe ser la guerra. Tiene la memoria fresca y la
mirada puesta en el futuro, por lo cual lanza un reto: “seamos capaces de
establecer esos puentes que otras generaciones no han sido capaces de
establecer y de verdad desterremos el odio”.
Tiene la sonrisa y los ojos grandes parecidos a los
de Carlos Pizarro, habla pausado como su padre, camina vertiginosa como su
padre, de quien tiene recuerdos efímeros, que define como flashes. Lo compara con don Quijote, aunque le molesta “cuando se
tiende a idealizarlo y ponerlo en un lugar demasiado alto, porque es lo mismo
que se hace con unos personajes casi perfectos”.
¿Quién es Carlos Pizarro?
A mí me gusta que la gente lo recuerde como un
hombre, y ahí precisamente está su grandeza: que era un hombre como cualquiera
de nosotros, pero con unos valores que no se encuentran a la vuelta de la
esquina, con unos valores de compromiso, de ética. A veces pienso que es un
poquito como don Quijote, que vive en un mundo con un montón de valores en su
cabeza, con sueños, con ética, con palabra, con compromiso, en un mundo donde
ya nada de eso existe. Y a veces siento que eso le pasa un poco a mi padre, que
él vivía con un mundo en la cabeza, del honor, de la palabra, pero en un mundo
donde todo eso ya había desaparecido.
¿Cómo hacer un mundo ideal
con las armas? Que es lo que podría considerarse como la contradicción de
Carlos Pizarro, porque si menciona el Quijote, el arma que usaba el Quijote era
la lanza con la que se iba contra los molinos; el arma de Pizarro era una
subametralladora, era un fusil…
Era el momento que se estaba viviendo, cuando se
creía que a través de las armas se podían conseguir cambios sociales. Pero que
también todas las grandes revoluciones, excepto la de Gandhi, se han hecho así;
la revolución en la India, porque ellos tenían una materia prima que es la
espiritualidad de la India, que nosotros no tenemos: nosotros tenemos otra
historia, somos demasiado apasionados, venimos de unas historias de violencia
muy grandes. Por eso se creía que se podía conseguir a través de las armas y
fue un camino que se intentó, y precisamente él antes de morir pudo recapitular
y decir “por aquí ya no vamos más”. No diciendo “lo que intenté estuvo mal” y
arrepintiéndose y echándose golpes de pecho, pero sí reconociendo…
Se había cerrado ese
capítulo, esa posibilidad…
Se había cerrado y precisamente él recapituló y
dijo “por aquí ya no más” y tomó otro camino. Precisamente ahí está la grandeza,
saber cuándo llega el alto. Y tener la fortaleza para lanzarse al abismo, decir
“me voy al abismo y lo que me vaya a encontrar”. Y la muerte lo encontró muy
pronto.
¿Es la misma muerte del
M-19 también? Al declarar el crimen de Carlos Pizarro como un crimen de lesa
humanidad es porque se pretende aniquilar a un movimiento. ¿La muerte de Carlos
Pizarro es también la muerte del M-19, es la muerte del proyecto político M-19
y después AD M-19?
Como proyecto político, no creo que haya muerto. La
gente puede mirar y recoger y hacer un nuevo sancocho con lo que quedó y
retomar esas ideas de una manera diferente. Esto quedó latente, y está
esperando a ver quiénes lo miran. Pero como movimiento, como opción política
del momento, como partido, sí murió con Carlos Pizarro, porque tal vez no hubo
quién tuviera la grandeza de recoger eso. Había una gran cantidad de cuadros en
formación, a los otros los habían aniquilado a todos en un proceso sistemático.
Pero con él sí muere porque los cuadros que venían detrás no tenían la
grandeza, no estaba aún formados para retomar todo esto. Entonces tú ves un
montón de cuadros que vienen después, pero… yo creo que sí fue una decisión el
fin del M-19.
El M-19 tenía una idea y la
soltaba a ver quién la ponía a marchar. ¿Eso pasó también dentro del M-19?
Porque cuando murieron Bateman, Iván Marino Ospina, Boris, Álvaro Fayad, el M-19 se descuadernó…
Es que eran hombres que habían compartido, que
habían luchado juntos y tenían una historia en común y más por lealtad, en
honor a esos amigos muertos no dejaban que el proyecto político se diluyera. Me
da tristeza decirlo, pero fue una decisión, que fue muy difícil expandirse como
un gas por todos los municipios del país… pero sí había cuadros, lo que había
era que darles la oportunidad de que se prepararan, pues tenían ganas. Y la
militancia a veces se vio abandonada, por todo lo que significó la
desmovilización, porque si uno se pone de su lado es muy difícil volver a la
vida civil, reincorporarse y más cuando llevas 20 haciendo la guerra o entraste
muy joven a ella. Bateman decía que siempre que quede uno del M-19 quedará una
esperanza, pero el problema es que tienen que estar dirigidos por alguien y ese
alguien tiene que tener el carisma y la credibilidad para que sus hombres lo
sigan.
Los hombres y mujeres del
M-19 son una generación que pasa de los 40, 50 años, pues el M-19 se
desmovilizó hace 20 años. Y los que tienen menos de esa edad, los jóvenes de
20, 25 años no habían nacido o estaban gateando. ¿Quiénes son los herederos del
M-19?
Pues los hijos. O todos aquellos que se
identifiquen con esto, que busquen una Colombia diferente…
¿Pero los hijos de esos
combatientes?
Los hijos de esos combatientes tenemos que
solucionar cosas dentro de nosotros. Yo personalmente tomé la decisión de
enfrentarlo y ver qué había pasado. Y cuando me puse a verlo, pude tender
puentes de acercamiento y de entendimiento. Me pude sentir orgullosa del camino
que tomaron mis padres y se me acabaron los conflictos internos, o por lo menos
los miro desde otra perspectiva. Acabarse nunca, pero por lo menos los miro desde
otra perspectiva. El ideario político del M-19 tendría que ser leído y
reinterpretado. E históricamente, no solo los hijos del M-19: los hijos de esta
violencia sí somos una generación que está llamada a frenar los ciclos de
violencia, que esta historia se muera, a recordar, a recapitular, pues el
trabajo de memoria crea puentes de reconciliación y no en los que la gente se
siga confrontando más. Ha habido demasiados dolores y no sé si todos los hijos
del M-19 estén en capacidad de tomar las banderas de sus padres y no sé si
quieran, ni siquiera sé si yo lo haría, el tiempo dirá…
¿Pero no lo está haciendo
ya? ¿Esta recuperación de la memoria no es hacerlo?
Sí, es una forma de que la gente conozca su
historia, no solamente los hijos de los combatientes sino en general los
jóvenes conozcan la historia, vean el otro lado que no se ha contado y ahí
pueden iniciar un camino en el que la gente empiece a retomar pero sin
extremismos, porque si no, volveríamos a lo mismo. El M-19 era una mezcla en la
que confluían muchas mentalidades diferentes y ahí estaba el gran ejercicio de
tolerancia que había adentro. Pero es una historia de Colombia, no es una
historia de los combatientes, que nos pertenezca, sino que tenemos que abrir
los canales para que se vuelva a mirar con otros ojos. Y en su propia
investigación pueda tener un criterio propio que no obligatoriamente sea el
nuestro, sino que sea una reinterpretación.
¿Y cómo se reinterpreta a
la luz de hoy, siglo XXI? ¿Qué sería hoy el M-19? Estos “qué sería” son tan
hipotéticos, estos “si” condicionados son tan hipotéticos: si Carlos Pizarro no
se hubiera muerto, si el M-19 no se hubiera desmovilizado…
Si ellos no se hubieran muerto, Colombia tendría
unos líderes diferentes. Ellos sí habrían cambiado cosas profundas, unos
mejores y otros peores, uno podría tener afinidades con unos y con otros no,
pero eran capaces de dar la vida por lo que creían y estaban comprometidos a
fondo por un país que querían. El hecho es que murieron, que los mataron, que
ya no están aquí. ¿Cómo se reinterpretaría? Creo que no hay que hacer un
ejercicio demasiado grande: Colombia ha cambiado y ellos serían unos magníficos
comunicadores, manejarían muy bien los medios, harían campañas novedosas e
inteligentes. Ellos no eran hombres aferrados al poder, lo podemos ver tanto en
el caso de Iván Marino Ospina, que lo relevaron en la comandancia general y no
pasó nada y eso nunca había pasado en un movimiento guerrillero, que fuera
capaz de relevar a sus mandos; en la reunión de Campo Reencuentro mi papá dijo
“listo, yo entrego la comandancia” y no le aceptaron, y eso muestra que no era
gente que estaba aferrada al poder y a quedarse en la cúpula.
Carlos Pizarro decía que el
M-19 no les rendía culto a las armas, no le rendía culto al poder. Usó las armas
20 años pero no les rendía culto. ¿Cómo se interpreta eso hoy?
Las armas son una herramienta en un momento, como
puede ser el machete para un campesino. El machete mata, igual. Es más, en este
país han matado gente a machetazos y la han desaparecido. El machete para el
campesino no es un arma, es una herramienta de trabajo. Para los hombres del
M-19, para mi padre, el arma era una herramienta. No era un hombre casado con
las armas, sin las cuales se habría sentido medio manco y no podría pensar.
Eran hombres pensantes, que tenían la capacidad de soñar sin inhibiciones, y no
estaban casados con las armas.
Flashes de la memoria
En lo personal, ¿qué
recuerda María José de Carlos Pizarro?
Poquitas cosas. Lo que recuerdo es más lo que he
ido reconstruyendo en este trabajo de ocho años, que los recuerdos que tenga de
verlo a él, en uno u otro momento. Sí recuerdo, pero son flashes de la memoria y por eso empiezo a hacer un trabajo de
reconstruir, de mirar, de emplazar los recuerdos en algún lugar para darles contexto
y ayudar a que la memoria se despierte. Pero como el corazón esconde lo que
duele, uno se queda con lo mejor. Pero como lo mejor fue tan corto, entonces
son como momentos que de repente se prenden, como lucecitas, pero son efímeros.
Pero es que así eran nuestros encuentros: efímeros, de momentos súper corticos,
apasionados, y por eso uno tal vez tiene esa forma de querer, a veces tan
desprendida, y a veces tan intensa y
apasionada.
Valió la pena el sacrificio
de no haber tenido a su lado a un padre y una madre que estaban en la guerra,
¿valió la pena que su padre hubiera muerto?
La muerte nunca vale la pena. Habría aportado mucho
más vivo que muerto. Pero no fue mi elección ni era mi vida. Era la vida de él
y él se empeñó a fondo en eso. No soy yo quién para juzgarlo. Ahora, si valió
la pena su lucha, yo sí creo que valió la pena. Tenía que intentarse.
Precisamente el error que comete la gente es que ve al M-19 con los ojos de
hoy, y es “ese guerrillero que mató y les hizo tanto daño a nuestros campesinos”
y uno sabe que eso no es así. El M-19 hizo daño en la guerra, como cualquier
movimiento armado, como cualquier persona que está haciendo la guerra. Pero si
uno se pone a retomar, a mirar, a hablar con los campesinos, a hacer el trabajo
que he hecho, no se encuentra eso. Pero la gente lo está mirando con los ojos
de hoy, la gente está mirando a mi papá con los ojos de las FARC de hoy y eso
es un error. A ellos hay que mirarlos en el contexto, hay que buscar, hay que
entender y hay que construirse un criterio para hacer un juicio más justo. Me
gustaría saber en porcentaje en la historia de los últimos 50 años de
violencia, el M-19 de qué porcentaje es responsable, comparándolo con otros
actores armados. Yo he hecho un ejercicio de crítica grande, yo no es que
celebre y diga que fueron divinos y que todos fueron divinos. Yo he sido
crítica con ellos, he tenido discusiones. Y no me amarro o intento no
amarrarme.
¿Habría que hacerles un
juicio al M-19 y a Carlos Pizarro?
Cuando el M-19 se desmovilizó y hubo un indulto y
ellos se reintegraron, el país los recibió como lo hizo y de eso la gente no se
acuerda. A mi papá lo recibieron multitudinariamente, era impresionante. Yo he
estado hablando con la gente, he estado mirando los archivos de prensa, lo he
estado investigando y creo que el país sí entendió en ese momento lo que había
hecho él y le abrió las puertas y, digámoslo así, lo perdonó.
Pero Carlos Pizarro era un
hombre mediático. Y era, como banalmente se dice, el “comandante papito”. ¿Se
aceptaban las propuestas, la postura, la ética del M-19 y de Carlos Pizarro o
al “comandante papito”?
En el elemento femenino, puede que sí, porque no
más verlo era agradable, seguramente habrían visto sus discursos así no le
pararan muchas bolas. Pero en el elemento masculino también hace eso, porque
tiene carisma, porque la gente percibe cosas diferentes, ve una mirada limpia.
Por qué genera esas simpatías en el elemento masculino también, no era solo que
las plazas estuvieran llenas de mujeres, porque en Valledupar, en Yumbo, en
Bogotá, estaban también llenas de hombres. Entonces qué los convocaba: esa
facilidad de la palabra, esa forma de hablar, ese carisma. Pero que el país no
alcanzó a conocer, es que fueron 45 días. Y se recuerda al más militar del
M-19, es que Carlos Pizarro era el hombre más militar, e hizo el viraje y la
gente entendió ese mensaje: cómo el hombre más militar era capaz de dejar las
armas, porque fue él quien dejó las armas aun perdiendo. Lo hicieron porque se
les dio la gana. Y algo más: era una paz sin retorno, era una paz como
decisión, ellos decidieron hacer la paz, no es que ya no tuvieran otra opción,
no. Opciones para hacer la guerra siempre hay y cuando uno está radicalizado se
queda ahí hasta que lo aniquilan y matan a todo el mundo. No: ellos decidieron
la paz como una opción y es una paz sin retorno. Porque no volvieron a la
guerra y 20 años después podemos ver que no volvieron a la guerra. Y la gente
entendió ese mensaje, y cuando muere mi papá, en la gente de este país murió
esa esperanza de paz, y nos ahondamos en una guerra tres mil veces más
sanguinaria. Ellos se desmovilizaron justo antes de que empezara a degradarse
de la manera como se degradó entre 1990 y el 2005, con la guerra que tenemos
hoy, degradada, con odio; no hay respeto por el otro, por el enemigo, por el
campesino, por el que piensa distinto: es que hay una guerra contra el que
piensa distinto. ¿Por qué no podemos coexistir, sentarnos a hablar?
Dice que con usted y con su
generación muere esa opción de la guerra y que los huérfanos de Carlos Pizarro,
los huérfanos de todos los lados están en disposición de cerrar definitivamente
ese ciclo de guerra…
Ojalá fuera así. Mi opción es esa, y creo que la de
algunos herederos de esa violencia. Hay mucha gente que está en esa disposición,
pero no puedo hablar por todo el mundo. En este país donde a todo el mundo le
han secuestrado a alguien, le han matado a alguien –la violencia ha tocado
todos los estamentos y todos los rincones– ojalá pudiéramos reencontrarnos,
mirarnos a los ojos y decir “bueno, a usted le mataron, a mí me mataron, a
todos nos han matado a alguien”. Entonces mirémonos a los ojos y mirémonos
diferente y seamos capaces de establecer esos puentes que otras generaciones no
han sido capaces de establecer y de verdad desterremos el odio.
“Yo no quiero que me maten”
¿Quién es María José
Pizarro?
Una persona que se está construyendo, que tiene la
sensibilidad. Soy quien soy gracias a mis padres, ellos me enseñaron y me
heredaron un camino aunque no hayan estado conmigo criándome en la
cotidianidad, pero con su ejemplo sí me enseñaron que puede uno tener la
capacidad de soñar, de amar, de crear. Yo soy una persona que quiere este país
profundamente, que quiere su tierra, soy una persona arraigada y que –ahora que
vuelvo– voy encontrando los caminos para sembrar en esta tierra. Me gustaría
poder criar a mis hijos aquí, poderle entregar cosas a este país; si soy hija
de quien soy y la vida me dio esta herencia, sería un equívoco no aprovecharlo.
Sería irresponsable. Si tengo la posibilidad de hacer algo, debo hacerlo. Pero
de una manera diferente, que no genere más violencia: yo no quiero que me maten
ni sería capaz de matar a nadie. A mí no me enseñaron la apología a las armas,
alrededor mío no existieron armas, no existieron odios ni rencores, me enseñaron
que hay gente que piensa diferente, me enseñaron caminos de tolerancia. E
independientemente de lo que me han enseñado, he construido una vida que me ha
llevado hacia allá. Yo he tenido todo y no he tenido nada. Y no he tenido nada
por opción propia, porque buscaba comprender qué pasaba en este país, qué
pasaba en la gente y por qué mis padres habían hecho lo que habían hecho. Soy
una mujer que pese a su herencia, tiene su propio criterio, tiene su propio
camino y le gusta construirse a sí misma.
¿Carlos Pizarro estaría
orgulloso de María José?
Ojalá. No sé. Yo no lo conocí, esa respuesta no la
puedo dar yo.
Entonces esa pregunta se la
hago a Myriam Rodríguez, la mamá.
Yo sí: íntegramente. Me parece que es una persona
honrada consigo misma, en una búsqueda por mejorar y por entender. Y abierta a
todas las propuestas, abierta a todos los caminos. Exigente, de un rigor
consigo misma –y eso lo heredó de su padre–, y creo que es una persona
profundamente honrada. Me siento orgullosa, claro.
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