Por Javier Correa Correa
Amos,
en hebreo, significa “el que detenta cargas”. Y tal vez la más pesada carga que
detenta Amos Oz, el hombre de 78 años que escribe novelas casi autobiográficas,
es la relación entre israelitas y palestinos en una tierra milenaria en la que
han vivido o por la que han transitado varias de las más importantes personas
en la historia de la humanidad.
En
Jerusalén, donde el escritor nació en 1938, existen, por ejemplo, sitios
sagrados de los católicos, los musulmanes y los judíos.
Desde
su natal Rusia, Yehuda Arie Klausner y Fania Mussman, los padres de Amos,
migraron a Israel cuanto todavía era la tierra de Palestina ocupada por
Inglaterra. Hoy, Palestina es ocupada por Israel, y Amos Oz se ha declarado
opositor a la guerra, frente a la cual considera que la supervivencia de ambos
pueblos depende de que haya convivencia pacífica.
Por
ejemplo, dijo que los bombardeos a la Franja de Gaza han sido “crímenes de
guerra”. Esto le ha costado señalamientos de traición, por parte de la extrema
derecha de su país (no me atrevo a decir cuántos judíos sionistas son de la
extrema derecha), y ha sido una de las posibles causas por las que nunca le
hayan entregado el Premio Nobel de Literatura, al que ha estado nominado en
múltiples ocasiones, incluido el año 2017.
Como
soldado participó en la Guerra de los siete días (1967) y en la Guerra de Yom
Kipur (1973), y varios de sus personajes reconstruyen lo que Amos vivió en esos
estúpidos momentos bélicos. Creo que todas las guerras son estúpidas, pese a
que la historia de la humanidad es la historia de las guerras, y los supuestos
héroes son o fueron combatientes.
Alec
o Alex (es un recurso de Amos Oz, el de atribuirles varios nombres a los
personajes), protagonista de la novela La
caja negra (1987), es un importante académico israelí, quien vive en un
exilio voluntario en Chicago, Estados Unidos, y regresa a un kibutz en las
últimas semanas de su vida.
El
mismo Amos vivió en un kibutz, en los primeros años de su vida, y allí conoció
a Nily Zuckerman, con quien se casaría años después.
La caja negra, escrita a manera epistolar, es, como toda carta, de un
intimismo que permite armar el rompecabezas de los personajes, detestables y
detestados al comienzo, pero que en cada línea van dando a conocer sus más
secretos pensamientos e intenciones en la vida. Otros, se escudan en las
palabras para ponerse las máscaras que los identifican como personas (persona,
en griego, significa máscara).
En
otra de sus novelas, Fima (1991), el
protagonista se ha separado de su esposa y sostienen una tortuosa relación
alrededor de su único hijo (Amos es único hijo). Historia que retoma de La caja negra, aunque en Fima es la mujer quien viaja a Estados
Unidos y el exesposo permanece en Jerusalén. En Fima, ella es ingeniera aeroespacial y en La caja negra, él tiene que ver con aeronáutica.
Es
tal vez una de las explicaciones del nombre de La caja negra (considerada una de las más representativas obras de
Amos Oz), pues caja negra es, precisamente, donde quedan grabados los registros
de vuelo de una nave, para tratar de explicar las causas de un accidente, si
este ocurriera. Registros que incluyen aspectos técnicos y conversaciones de
los pilotos, los técnicos y los auxiliares de vuelo en cabina.
Aquí,
en las cartas, están los registros de las conversaciones técnicas y humanas de
Alex, Ilana (la exesposa), Boaz (el hijo) Manfred Zakheim (el abogado), Michel
Sommo (el judío ortodoxo y segundo esposo de Ilana). Humanas, con todo lo que
de humanos tengamos las personas (máscaras), o los personajes que, en
ocasiones, son reflejo y testimonio de la realidad y, a veces, son modelos de
ficción para los seres de carne y hueso.
Con
toda la fuerza que como persona tiene un creador de ficción, tal vez
autobiográfica, como Amos Oz.
Foto Amos Oz, tomada de Wikipedia.
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