Gilma de los Ríos es una poeta obsesiva. Soñadora. Meticulosa. Comprometida con las letras. Comprometida con la vida.
Nació en la bella Manizales, a la que sigue atada
después de varias décadas de vivir en otras ciudades, la última de las cuales
es Bogotá, de la que se siente un poco dueña, como todas las personas que hemos
sido acogidas por esto que es ya una urbe en la que los seres humanos vamos
siendo absorbidos. Y una tabla de salvación es la poesía.
Escribe sin prisa, supongo, en esa complicidad de los
sentimientos con las palabras. Ha publicado varios libros, el primero Antes
del silencio, en 1984, en Roldanillo, Valle, a donde era asidua
participante en los encuentros de poesía organizados por el pintor Ómar Rayo,
un tipo cálido pese a su cara de serio, que salía con el ceño fruncido en casi
todas las fotos, hasta el año 2010, cuando la muerte lo alcanzó en Palmira.
Gilma publicó después otros poemarios en varias
antologías y de manera individual. Reincidencias fue traducido al sueco
por Annika Wilberg bajo el nombre de Återfall. Los nacidos en Suecia son señalados de ser muy
eróticos, y la poesía de Gilma de los Ríos también lo es. Que disfruten su
lectura, entonces.
Poemas contundentes, como la definición de amor: “saber flotar”. Y lo “explica” –la poesía no explica nada: se vive– en “Encuentro con lo bello”:
Agradezco a la vida
que mis sentidos puedan reconocerlo.
Y en ese instante,
de gratitud y sobrecogimiento,
recuerdo que sentirlo al unísono con otro ser
sería lo perfecto.
Y una leve sombra de melancolía
a mi gozo lo asalta.
Esta belleza que desborda emociones excelsas
y pálpitos de asombro y alegría
en la piel,
en la mente,
en las entrañas,
necesita dos cuerpos y dos almas.
Uno solo no alcanza para soportarla.
La pregunta que no demanda respuesta es ¿qué es la
poesía? Cada quien dirá lo que le corre por las venas y se convierte en palabras,
que no necesariamente tienen que ir ordenadas en versos y mucho menos en esos
que se escribían antes con rimas y conteo aburridor de las sílabas que debían
ser elegidas a la fuerza. La poesía debe ser libre, y Gilma lo es.
Por eso se resiente todo el tiempo frente a este mundo
que coarta la libertad –las libertades–, en Colombia, en Croacia, en Palestina,
donde la muerte se campea. Uno de sus poemas es “Corazas”:
de los tantos hermetismos y miedos,
que en forma de corazas,
nos dejan de recuerdo
los recuerdos.
Quisiera que nos fuera habitando
una nueva inocencia
cada día,
para vivir desprevenidamente
y volar infinitos
sin temer la caída.
Gilma y yo nos conocimos personalmente hace dos
semanas, en Bogotá, cerca a ese templo comercial donde cada año se lleva a cabo
la Feria del Libro. Hablamos de lo divino y lo humano, de política y de
literatura y, obviamente, hablamos de nuestra Palestina. De hecho, en la
primera página de Reincidencias me escribió lo siguiente: “Agradezco a
Palestina nuestro encuentro, en el que descubrimos causas, historias, luchas y
sueños que nos unen”. Estaba dirigida a mí, pero sé que no le disgustará que la
comparta en estas líneas.
Porque Palestina es parte de nuestra obsesión, de
nuestro compromiso con la vida.
Hemos intercambiado textos, propios y de otras
personas, y coincidimos en la otra obsesión, la de exigir que lo que será leído
sea impecable y aunque es un lugar común decir que errare humanun est,
confesamos que el mejor texto construye barreras cuando los gazapos saltan a la
vista. Por eso, se apresuró a disculparse y a pedirme que tomara un lápiz para
dibujarle la tilde a una interjección de uno de sus poemas, que había sido
publicada sin ese palito diagonal encima de la e.
Es meticulosa, dije.
Seguí sus instrucciones y el poema quedó completo, en
la página 17 de Reincidencias, bajo el título de “La danza”:
Expertas bailarinas
que conocen la clave de dejarse llevar…
Qué masculino debe sentirse el viento.
Qué esfuerzo inútil hará la gravedad.
La carencia del peso
y la belleza
en proporción exacta.
Amor:
saber flotar.
En buena hora conocí a Gilma de los Ríos, ahora por intermedio de sus letras, de Reincidencias.
Crédito de la fotografía superior: Dora C. Benítez.
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