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Quijotadas. Memoria que se niega a ser recordada


 

Nadie me recomendó ni el libro ni a su autor. Es más, ni siquiera lo he oído mencionar por expertos en literatura en revistas especializadas o en blogs de milenials.

Entré a una librería cualquiera, así como para perder el tiempo. Disponía de una hora, podría haber caminado un rato más pero el pie derecho comenzó a quejarse. La vitrina mostraba ejemplares de bonitas carátulas para atrapar la atención. Reconocí a algunas personas de esas que escriben con pasión, como debe ser. Vi a unas pocas que alcanzan lo que llaman éxito editorial y económico. A otras no las identifiqué, pero agradecidas por estar allí saben que deben aprovechar el cuarto de hora en las estanterías que amparadas por vidrios de seguridad exhiben novelas, antologías de cuentos, poemarios, obras de historia, de sociología, de autosuperación, de dramaturgia y música, hasta de derecho, economía, medicina e ingeniería.

Y ahí estaba, camuflado con una carátula tímida Memoria que se niega a ser recordada, de Asdrúbal Vergel. En siete renglones, la contraportada consigna que se trata de una novela experimental –como muchas hoy en día, valga decir– sobre las peripecias de un contador público para enfrentar los malos manejos de los accionistas de una empresa que habían tomado la precaución de delegarle la labor de revisar las cuentas creyendo que no serían detectados. De serlo, le echarían la culpa, y ellos seguirían tranquilos. No digo más, por ejemplo que el erotismo también ocupa un lugar en las líneas de la novela, para no tirarme la lectura.

El tema no es que me apasionara, pero recordé una historia similar en una distribuidora nacional de licores en la que fueron más lejos cuando el gerente creyó que ellos no sabían de los hechos de corrupción y los citó a una reunión de la junta directiva. Aceptaron la situación y como no pudieron cooptarlo, lo amenazaron. Prometió silencio absoluto a cambio de que le permitieran renunciar y salió sin pena ni gloria. Pero vivo.

A Asdrúbal Vergel, repito, no lo conocía. También en la contraportada del libro es presentado como un joven escritor bogotano, que estudió filosofía y letras en una universidad bogotana y que esta es su ópera prima, a la que la editorial Hojas pardas le apuesta por considerar que se trata de “una obra que se acerca a la maestría”.

Pedí autorización para romper el delgado plástico que cubre los libros y el dependiente me preguntó que si era solo por curiosidad o si tenía “verdadero interés” en adquirir el libro. “Deje así”, le respondí, tomé el ejemplar y me dirigí a la caja registradora.

El libro me atrapó desde la primera frase. Son en total 257 páginas de las que uno no se quiere despegar, así el sol se haya ocultado y la noche vaya en la mitad.

La historia es sólida, los personajes son consecuentes con su papel y se alcanza a percibir que en algunos momentos se sueltan de la mano del autor para hacer lo que les da la gana, lo cual, dicho en el más puro romance, significa que tienen libre albedrío.

Combina con acierto las narraciones con las descripciones, para deleitarse con las palabras, aunque sin buscar escenas efectistas, tan fáciles y tan baratas para producir un triunfo editorial.

Espero que lo logre, porque razón tienen los editores cuando en la misma contracarátula lo catalogan como una promesa de la literatura, aunque no aclaran si se refieren a la colombiana, a la latinoamericana o a la universal.

Es una buena novela que merece ser leída y que deja abiertas las puertas para que Asdrúbal Vergel presente con menos timidez su segundo libro, que desde ya estoy aguardando.


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