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El reencuentro de sueños vigentes con María Tila Uribe


 

A Omaira Montoya Henao

Detenida desaparecida el 9 de septiembre de 1977, en Barranquilla

 

Hace casi cuarenta años conocí a una mujer hermosa a quien no había vuelto a ver pero recordaba con gran admiración. Mi hermano Hernán Darío me había pedido que trabajara como camarógrafo en una entrevista que él le hizo en el cuarto piso de un edificio en el sector de Teusaquillo, en Bogotá.

El primer sábado de este mes nos reencontramos en el apartamento de Pilar, la hija de María Tila Uribe, quien nos invitó para cumplir mi oferta de entregarle dos libros. El primero fue Desde adentro, escrito por María Tila y su esposo Francisco Trujillo, quienes narran el horror que vivieron durante los más de cinco años que permanecieron presos en la época de la dictadura civil-militar de López y Turbay. El otro libro es Anecdotario de mis guerras, en cuyas páginas cuento mi experiencia en el conflicto armado en Colombia.

Tres renglones le escribí en la primera hoja de Desde adentro, donde le expresé a María Tila mi gratitud por su compromiso y ejemplo, y le dije que en realidad el ejemplar estaba regresando a una de las dos personas que a cuatro manos lo escribieron cuatro décadas atrás.

Es de esos libros que de lo fuertes uno quisiera no interrumpir su lectura, sin importar que sea tarde en la noche y la luz dependa de una lámpara con un bombillo tímido. Aunque se sabe el final, pues cuando anularon el consejo de guerra tanto María Tila como Francisco recuperaron la libertad, se espera que se cuente cómo la recuperaron, cómo fue el reencuentro con las hijas Esperanza y Pilar y el hijo Francisco, a quienes la represión también había perseguido de manera inmisericorde, con espionaje, allanamientos, retenciones ilegales. Y saber también cómo fue la espera del regreso de Mauricio, el otro hijo que seguía preso desde septiembre de 1997, cuando lo detuvieron en compañía de Omaira Montoya Henao, a quien desaparecieron. Mauricio no seguía detenido sino preso, en una paradisíaca isla llamada Gorgona que habían convertido en un infierno, por allá en el Océano Pacífico.

Estoy convencido de que lo humano es lo más político, y en cada palabra del libro se expresan dos almas que la represión ha tratado de separar, pero que se encuentran en los proyectos de un país precisamente más humano. Aunque el cautiverio empezó en un centro militar de torturas, en la zona industrial de Bogotá, la mayor parte de los cinco años de prisión los pasaron en cárceles separadas, ella en El Buen Pastor, de Bogotá, y en el Establecimiento Carcelario del Circuito de Zipaquirá, y él en la Modelo. Se encontraron en la tenebrosa penitenciaría de El Barne, en Boyacá, y en La Picota, donde compartieron espacios con otros presos políticos y presos no políticos, categoría que aprendieron cuando estos últimos les explicaron que no se les debe llamar “presos comunes”.

Sería caer en un lugar común decir que cada jornada –en el día, en la noche– era peor que la anterior. Y sería también una obviedad afirmar que cuando se está privado de la libertad el mayor anhelo es la libertad. La que se aspira obtener por los métodos legales, con abogados éticos que se enfrentan a un sistema tan perverso que una de las personas juzgadas con ellos fue condenada por el impresionante delito de ser “de malas”, como quedó consignado en el fallo emitido tras el consejo de guerra cuyo presidente ni siquiera había estudiado derecho (ni Derecho).

Libertad es el nombre de una nieta, que hoy es ya una mujer adulta, y cuya foto con los demás nietos adorna el espacio amplio y luminoso de la sala del apartamento donde María Tila y su hija Pilar viven. Francisco falleció en diciembre de 2020, en Bogotá, pero su presencia se siente en las palabras del libro y en los espacios del lugar lleno de luz.

Allí nos encontramos con Hernán Darío y Patricia Iriarte, tomamos tinto y narramos historias que nos son comunes, porque están basadas en los sueños que compartimos en el pasado, que son los mismos que compartimos en el presente.

Y exactamente sobre esa atemporalidad de los sueños escribí en la dedicatoria del segundo libro, Anecdotario de mis guerras, que comienzan con los horrores que se vivieron durante la dictadura civil-militar de López y Turbay. Nosotros sobrevivimos y seguimos en la brega, porque coincidimos con Bertolt Brecht quien en un poema dice que quienes luchan toda la vida “son los imprescindibles”. Y María Tila Uribe, a sus 93 años de edad, lo es.

Todo libro es como un árbol. Y sin que se trate de un segundo tomo de Desde adentro, creo que a partir de las breves historias recordadas el sábado, y de muchas otras que siguen amarradas a los sueños vigentes, ha de ser escrito Desde afuera. Para eso está el apoyo irrestricto de los hijos, y el archivo legado por su hija Esperanza, quien hace un mes falleció en Cali. El legado que es para todos nosotros, los que tenemos la obligación de recuperar la memoria para proyectar los sueños al futuro.

 


En la foto superior, de izquierda a derecha: Javier Correa Correa, María Tila Uribe, Pilar Trujillo Uribe, Hernán Darío Correa Correa

Foto: Patricia Iriarte


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