Ir al contenido principal

Quijotadas. Cho Nam-joo, de socióloga a escritora coreana

 

 

Luego del estreno de una de sus maravillosas películas, al director japonés de cine Akira Kurosawa le preguntó un periodista cuál era el mensaje de la película. Sin alterarse, sin subir el volumen de la voz enrutada hacia el micrófono, respondió, palabras más palabras menos, que si se tratara de resumir en una frase el sentido de la película, no la habría concebido ni escrito el guion ni contratado a decenas de personas detrás de cámaras y a actores y músicos y editores, sino que simplemente habría convocado a una rueda de prensa como en la que estaba para decir algo tan simple y sin agotamiento.

Con la gran diferencia cultural entre occidente y el lejano oriente, los cinéfilos y los espectadores casuales tratamos de desentrañar las historias para pensar lo que nos motive en las sillas de los cinemas o en las salas privadas de los hogares a los que llegó el cine convertido en betamax, en DVD o en plataformas de streaming.

Un genio del séptimo arte, Akira Kurosawa. 


 

Procedente también del lejano oriente, de Corea, llegó a mi casa la novela Kim Ji-young, nacida en 1982, de la socióloga Cho Nam-joo, quien ha transitado por las aulas universitarias, los guiones de telenovelas y ahora por la literatura, con un éxito editorial que le ha permitido la traducción de sus obras a varios idiomas.

La historia novelada transcurre en Seúl, capital de Corea, donde la protagonista, Kim Ji-young, vive –o sobrevive– durante cuarenta años, de una manera aparentemente normal y tranquila, cuando en realidad la asaltan muchas situaciones que son las mismas que sufren sus contemporáneas –en su país o en otras partes del mundo– y las confrontan en la intimidad de sus hogares primeros o en los que ellas conforman una vez se enamoran y luego con el advenimiento de un hijo o una hija, como en su caso.

“¡Creed en el amor de una madre! ¡Os acercará al cielo!”, dice una voz no identificada en la página 136 del libro, aunque no se trata de una proclama sino todo lo contrario: un sarcástico grito que supuestamente responde a ese que se supone que es el papel de toda mujer, que la dignifica y realiza.

Aunque renuncie a sus sueños, sus planes, sus estudios. Como Kim Ji-young.

Lo que sí es una proclama es el libro todo, que en realidad es una arenga feminista. Que comparto plenamente, pues cada letra y cada palabra reivindican a la mujer coreana y a la mujer de cualquier parte del mundo, sometida y hasta apabullada por una tradición patriarcal que, aunque a pasos lentos, por fortuna está siendo modificada. Con aportes como el de las valientes mujeres que han luchado por la reivindicación de sus derechos, en la Revolución francesa, en la Revolución soviética, en la Independencia americana, en las luchas de los pueblos africanos y asiáticos, en la protesta de las más de cien costureras asesinadas en marzo de 1911 en una fábrica en Nueva York.

Es valiente Cho Nam-joo al escribir el libro Kim Ji-young, nacida en 1982, adaptado al cine en 2019.

Pero, como novelista, se queda muy corta, en la medida en que arma una historia como excusa para denunciar y criticar el sometido papel de la mujer en su natal Corea, ejemplo de la mayoría de países del mundo. Seguramente no habría logrado el mismo eco si hubiera redactado un ensayo académico, y ese es para mí el más importante logro del libro, que sus editores magnifican al decir que “sin mucho ruido, sus ventas crecieron de manera repentina gracias a lo que los lectores decían de ella y ahora es la obra de ficción más vendida”.

El mensaje es explícito en cada página y, repito, como hombre adhiero plenamente a lo planteado por Cho Nam-joo. Pero, como lector de la novela, quedo con un gran sinsabor, que me recuerda al teatro panfletario de los años sesenta en América Latina. Cumplió su papel político y ya. Hasta ahí llegó en lo que a dramaturgia respecta.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Quijotadas. Noviembre, película sobre un juicio que no dejaron realizar

Acomodado en una mullida butaca de un cinema doce cuadras al norte del Palacio de Justicia y cuarenta años después de la masacre de la retoma del edificio por parte de los organismos “de seguridad” del Estado, sentí de nuevo la angustia sufrida durante veintisiete horas entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985. Fue en la proyección de la película Noviembre, sobre el juicio que no se pudo realizar al gobierno y los militares por la violación de los acuerdos de paz suscritos un año antes con varios grupos insurgentes. En la pantalla gigante, las escenas transcurrieron en un pequeño escenario, un baño del Palacio de Justicia, combinadas con imágenes de los exteriores, tomadas estas últimas de noticieros de la época. Cada segundo, cada rostro sudado, cada arma en ristre o pendiente de un hombro nervioso, cada señal en un radiecito manual, cada explosión que retumba en el alma, cada vidrio roto, cada voluta de humo del incendio en el sótano y de los gases lacrimógenos, cada disparo que a...

Quijotadas. Los nombres de la valiente Feliza

    “ Yo siempre estoy con el bando de los que ponen los muertos, no de los que matan ”: Marta Traba.   Hace unos días, una poeta amiga me reenvió el mensaje de un conocido suyo, quien le decía que se negaba a leer Los nombres de Feliza , la novela de Juan Gabriel Vásquez, porque debería ser Los hombres de Feliza . El amigo de la poeta se lavaba las manos y decía que “en todo caso, un buen escritor”. Con un muy pobre criterio literario, el señor es además de un machismo casi que irredimible, pues no entiende el papel que como mujer y como artista desempeñó la escultora colombiana Feliza Bursztyn, quien murió de tristeza. En la novela, Juan Gabriel Vásquez cuenta la anécdota de un periodista que fue a entrevistar a la escultora en su taller ubicado en Teusaquillo: “Feliza le abrió la puerta vestida con sus pantalones sucios, un delantal de cuero que la protegía de las chispas y las manos enfundadas en guantes de cuero, y el periodista preguntó: ‘¿Qué opina usted ...

Quijotadas. El guerrillero más feliz del mundo ha muerto

Por Javier Correa Correa  Se necesitaron treinta y tres años para que el guerrillero más feliz del mundo muriera. Para que un científico con el cerebro compartimentado develara el secreto mejor guardado e identificara ese montón de huesos como los que alguna vez soportaron con alegría el cuerpo de Alfonso Jacquin, Aldo .  Hoy, tal vez, sus hermanas puedan dormir en paz, la paz que para este país no encontró él. La paz que fue traicionada y que lo impulsó a juzgar al gobierno y a los militares y a la justicia y a los indolentes colombianos. Alfonso Jacquin, quien creyó que iba a sobrevivir a la guerra y que iba a ser un gobernante ético y osado, el mismo que se reía a carcajadas y con su acento caribe estaba seguro de que sería capaz de convencer al mundo de la justeza de su causa, ha muerto. Entró y salió vivo del Palacio de Justicia, en noviembre de 1985, y desde entonces nadie volvió a escuchar su voz ni a ver sus ojos pícaros ni a admirar su sonrisa perfecta. Sus ama...