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Vidrios en tiempo quieto




Por Javier Correa Correa

Hay ocasiones en las que transcurre el día sin salir del apartamento. Como hoy. Aunque, en verdad, no puedo salir. Podría, pero es mejor no hacerlo. Tampoco es una suerte de cautiverio, como si estuviera tras una serie de barrotes verticales unidos por tres franjas horizontales de metal, una en la mitad, otra arriba y la tercera en la parte inferior, casi a ras del suelo.
Puedo asomarme a la ventana y observar la calle vacía, en la que ni la lluvia se pasea. Tampoco el viento. Ni el sol. Cada jornada es gris y la luz que traspasa los vidrios es opaca, plana, sin sombras.
Afuera tampoco transcurre el tiempo. No hay frío, pero todo está congelado. De pronto pasa una joven con la cabeza llena de canas. Otra mujer, un rato antes o un rato después, lleva atado a su mano izquierda un lazo en cuyo extremo un perro blanco se deja llevar, a dar una vuelta, a orinar contra un poste, a cagar en el andén. Ella, de todas formas, recoge los excrementos que empaca en una bolsita de color naranja, como es el color del esfero con el que escribo. La tinta es negra.
La letra no es tan clara, el papel aguanta todo.
A este lado del vidrio, yo no pienso. Me siento, estiro las piernas y camino, me siento, llevo los brazos a la espalda, bostezo, cruzo las piernas y de cada ojo no brota lágrima alguna. Escucho, sí, el silencio. Es bonito, aunque mis oídos están desacostumbrados e intentan explorar lo que ocurre afuera de mi cuerpo, a este lado del vidrio.
He sabido que muchos se quejan de la ausencia de personas a sus lados. Yo pensaba algo así y cuando empezó el tiempo quieto, temí lo peor. Todo es cuestión de acostumbrarse, me dijo alguien. Me aconsejó hacer una rutina o, lo que es igual, cambiar de rutina. Para qué. Ni he disfrutado ni me he angustiado. Ahí voy. Aquí voy.
Así como he mirado a través de la ventana y he buscado lo que me rodea a este lado del vidrio, he podido mirarme. Más que en un espejo, es mirarme por dentro. No hablo, no rezo, no gesticulo, no cuestiono. Solo me miro solo. Y me gusta, pues, por fin, me encontré.



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