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Del silencio de mi cello o Razones de vida


Por Javier Correa Correa

Conocí personalmente a Vera Grabe en diciembre de 1984, cuando ella era comandante del M-19 e integraba la Comisión de cese al fuego suscrito entre esa organización insurgente y el gobierno nacional.

En mi calidad de periodista, con otros colegas esperábamos lo que iba a suceder ante el recrudecimiento de los combates en el filo de una cuchilla montañosa llamada Yarumales, arriba de Corinto, en el Cauca. Cuando ella y la escritora Laura Restrepo y otros delegados del gobierno cruzaron el retén militar instalado para que nadie más pasara, el oficial de más alto rango dijo entre risas:
- Esos van a volar como Ricaurte en San Mateo.
Sobrevivieron, por encima de los deseos del militar.
Volví a encontrar a Vera Grabe en las publicaciones de los periódicos, en especial el 7 de noviembre de 1985, cuando dijeron que formaba parte del Comando Antonio Nariño por los Derechos del Hombre que ocupó el Palacio de Justicia para juzgar al Estado precisamente por haber violado los acuerdos de paz.
Con el dolor que esos dos días nos produjeron a todos los colombianos, me alivió saber que Vera Grabe no había estado allí y que se encontraba con vida. Después, mucho después, en el libro Del silencio de mi cello o Razones de vida, supe que por esos días ella estaba en el monte antioqueño, en la alianza que el M-19 había establecido con el EPL.
Luego de la desmovilización del M-19, la entrevisté varias veces en su calidad de congresista, cuando peleó con las armas de la paz y con las poquitas que la democracia dispone, para formular proyectos de ley que favorecieran a la gente, a la del común, pero el Capitolio es escenario de los más putrefactos mecanismos para hacer exactamente lo contrario: legislar a favor de los más ricos.
Esa suma de historias que Vera Grabe le cuenta a su hija Juanita está en el libro Del silencio de mi cello o Razones de vida, que me obsequió hace dos semanas, cuando volvimos a encontrarnos, charlamos de amigos y de sueños comunes, y nos tomamos dos deliciosos tintos cada uno.
Antropóloga, hija de alemanes que con dignidad sobrevivieron a la Guerra Mundial, decidió, como muchos jóvenes de la época, meterse a ese proyecto llamado Revolución. Con otros soñadores como Jaime Bateman, Álvaro Fayad, Carlos Pizarro, Gustavo Arias, María Eugenia Vásquez, Carlos Toledo, Gerardo Bermúdez y otros imprescindibles, fundaron el M-19. Como mujer se ganó el rango de comandante, que conservó hasta cuando el 9 de marzo de hace 30 años, el Eme hizo dejación de las armas para buscar, desde la paz, impulsar los cambios que este país necesita. Que sigue necesitando.
"No escogí la guerra", aclaró hace casi un año en el lanzamiento de mi libro Anecdotario de mis guerras, en el que también cuento historias cotidianas de mi participación en el M-19.
El libro de Vera Grabe es impecable. Hace tiempo tengo claro que lo humano es lo más político que hay. Que lo artístico es lo más político que hay. Y el libro Del silencio de mi cello o Razones de vida es humano, es literario y es musical. Tanto, que el instrumento de cuerdas suena en todas las páginas, como parte de su formación, como parte de sus añoranzas en el monte y como una realidad, hoy, cuando puede volver a sentarse detrás del cello, armada de un arco, para dialogar con su hija y con todos nosotros, a través de las notas musicales.

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