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Quijotadas. El guerrero total de la paz

¿Cómo conocer a un hombre que fue asesinado meses antes de que concluyera un proceso de paz, hace ya más de treinta años? 
¿Cómo hacerse amigo de ese hombre, a quien me unían los sueños y a quien vi poquiticas veces en un campamento guerrillero bajo la égida de Camilo Torres?
Ese hombre, que se autodefinía como El guerrero total, desde muy niño -apenas tenía siete años de edad- fue conducido a la guerra, por allá en el Tolima grande, cuando los paramilitares -entonces llamados pájaros- trataron de matar a su padre, quien se salvó por haberse refugiado en montañas cerca a las nubes.
Afranio Parra Guzmán, fundador del M-19, no alcanzó a estar presente en el acto de dejación de armas de ese grupo que durante años combatió por la justicia social y la paz, que son, en esencia, lo mismo. Aunque ahora establezcan diferencias y digan "paz con justicia social".
Fue capturado por la Policía en el barrio La Estrella, de Bogotá, el 7 de abril de 1989, y luego de ser sometido a torturas, lo asesinaron. El M-19 persistió en el proceso de paz, el cuerpo sin vida del comandante Afranio fue llevado a Santo Domingo, un corregimiento enclavado en las montañas norteñas del Cauca, donde se le rindió el tributo que merecía. Yo estuve en ese acto conmovedor, donde se cumplió su voluntad, pues ante la fiesta de la inevitable parca había escrito que "El cuerpo es el templo del hombre. Cuando la muerte decida ser para siempre mi compañera quiero devolver mi cuerpo al pueblo para que siga cumpliendo su voluntad. Solo quiero entonces como último deseo, ser embalsamado y no desaparecer sino cuando el objetivo que me impuse sea alcanzado".
Ese objetivo todavía está oculto tras el horizonte.El cuerpo de Afranio Parra Guzmán fue trasladado a su natal Líbano, Tolima, donde reposa, no creo que en paz, porque la paz sigue esquiva.

En un intento por recuperar la tan necesitada memoria en este país, el historiador Orlando Villanueva Martínez acaba de publicar el libro Afranio Parra Guzmán. El guerrero total, en el que con documentos, fotos, entrevistas, poemas, canciones y todo cuanto estuvo a su alcance reconstruyó la vida de este hombre, que no es más que otro de los que en Colombia han padecido la guerra. Él no la escogió, sino que fue empujado a ella. La vivió con intensidad, con compromiso, con berraquera, apoyado en una cadena de afectos y en los cuarzos y en la transparencia y en su grupo cultural La Gaitana y en la solidaridad y en la magia y en la palabra y en la defensa de los recursos naturales y en la convicción de que es -todavía- necesario cambiar esta vaina para que el futuro sea mejor.
Afranio, el jaguar, el guerrero total, el que fundó el M-19, no alcanzó a ver la luz del día en el que las armas fueron amontonadas sobre una mesa cubierta por la bandera de su Colombia. No alcanzó a ver el fin de la guerra. No alcanzó a vivir la paz. Tampoco alcanzó a ver "la humanidad salvada de la hecatombre". Pero carajo que su entereza y su ejemplo siguen ahí, vivos, pues se declaró heredero de la fuerza nueva del jaguar "que luchará hasta más allá del límite de la vida para instaurar en nuestra patria americana la libertad, la justicia y la libertad, pilares de lo que yo llamo el templo del jaguar". Así sea.



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