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Cuello de jirafa

La única historia que María del Rosario Laverde no ha contado bien es una en la que estoy involucrado. Alguien diría que no quiere recordar, pero siempre me lo echa en cara. Resulta que estábamos en el Taller de Escritores de la Universidad Central, con Isaías Peña Gutiérrez, quien sugirió un ejercicio y ella, antes de leerlo en voz alta, me pidió que lo revisara. No alcancé a comentarle que tenía varios errores de puntuación y tal vez uno o dos de tildes, cuando Isaías la señaló para que ella encabezara el grupo de lectores. A todos les gustó. Nos gustó. Pero, al oído, le dije, contundente: "está muy bien leído, pero mal escrito".
Todavía me pregunto cómo aceptó ser mi amiga, y doy fe de que sigue siéndolo. Con un afecto inmenso, con el respeto de quienes hemos compartido secretos y complicidades. Y amistades. Y las letras, pues ella es una maravillosa poeta, que vive y sueña y piensa y transpira poesía. Ahora le dio por escribir en prosa, pero eso no significa que haya dejado de ser poeta.
Prueba de ello son sus dos libros Memoria de jirafa y Cuello de jirafa, el último de los cuales presentó recientemente en Bogotá. El primero ha caminado desde el Park Way capitalino hasta México y regresó victorioso. Ahí sigue, con tres ediciones. El segundo, Cuello de jirafa, retoma eso que ahora llaman post y no son otra vaina que escritos breves publicados en redes sociales, específicamente en Facebook.
Me importan un carajo los derechos de autor de la primera edición de Cuello de jirafa, que ella acaba de publicar solita. Voy a transcribir dos:
"Hubo alguien que me escribía 'mi amor' en montones de papeles y los dejaba bajo la almohada, entre el closet, en la puerta, dentro del horno. Ahora solo el señor que vende los aguacates en el Park Way me llama mi amor. Cada vez que lo hace llevo dos por cinco mil".
"Un paisa divertidísimo, que no se calló ni un segundo, manejaba el taxi al que me subí hoy. Ambos teníamos en común unas madres con un extenso vocabulario de groserías, así que nos reímos recordándolas. A punto de llegar a mi destino, vimos que de alguno de los carros vecinos volaron unos papeles y él se detuvo a recogerlos: eran billetes. El dueño se perdió en el tráfico, y el conductor, entre risas, me anunció que me saldría gratis el viaje".
Historias sencillas, cotidianas, como deben ser. Llenas de alegría, de evocaciones.
Estuve hace unos pocos días en el Gimnasio Moderno, donde Federico Díaz-Granados hizo la presentación del libro. Algunos periodistas conocidos, poetas, excompañeras de colegio de María del Rosario, la mayoría gente que yo nunca había visto, nos dimos cita para verla y escucharla. Estaba nerviosa, María del Rosario. Leyó como si fuera su primera vez. Y leyó no tan bien, por los nervios, porque la seguí en las páginas del libro recién comprado. Los textos están limpios, muy bien escritos.
El caso es que la publicación será presentada de nuevo en la Feria del Libro de Bogotá, y muy seguramente volveré a acompañarla, para presenciar cuando entregue, dichosa, las 57 páginas de historias empastadas bajo el título de Cuello de jirafa.
Ah, es pertinente mencionar que ella ahora trabaja como correctora de estilo en una revista, y ha pulido sus propios textos. Hasta anunció una novela, cuyos personajes transitarán por el conjunto Colseguros, donde ella vivió su infancia y escribió sus primeros textos, contados al oído a su padre, Hugo Laverde Toro, quien, seguramente, le dijo que estaban bien.
Ahí empezó su historia como escritora. Primero como niña, y ha seguido creciendo, no se sabe cuánto, pero por eso se ganó el nombre de Jirafa. Y van ya dos libros.


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