javiercorreacorrea

Escritor, ensayista, comunicador social – periodista, docente universitario, nacido en Barranquilla (Colombia) en 1959. Primer finalista en el Concurso Nacional de Novela del Instituto Distrital de Cultura de Bogotá, con La mujer de los condenados (2001). Ganador del Concurso de Novela Corta del Taller de Escritores de la Universidad Central, con Si las paredes hablaran (2006). Autor de más de 50 cuentos cortos, algunos ganadores de premios nacionales.

26 abril 2020

La opción no es la guerra sino la paz



Hace 10 años, cuando se conmemoraban 20 del asesinato de su padre, entrevisté a María José Pizarro, quien con dignidad y entereza se ha abierto su propio camino, para construir un país como el que seguimos soñando y mereciendo. La entrevista fue publicada en siete periódicos del país, y hoy la retomo como un pequeño homenaje al grande amigo, Carlos Pizarro Leongómez.

Cuando a bordo de un avión asesinaron al candidato presidencial Carlos Pizarro Leongómez hace 20 años, María José, su hija, tenía apenas 12 años de edad. Hoy vive en España, con su hijita. Vino hace pocas semanas a Colombia para recoger la memoria de su padre y organizar una serie de conferencias y exposiciones conmemorativas, en las que quiere plantear que la opción no es la guerra sino la paz.
Este lunes, por ejemplo, hará una “rumba” en el Cementerio Central de Bogotá, frente a la tumba de quien dirigiera la desmovilización del M-19. Espera reunir a antiguos militantes de lo que fue ese grupo guerrillero y a jóvenes que no habían nacido o apenas gateaban cuando en Colombia se ensayaba la paz como alternativa frente a la guerra fratricida. Jóvenes que, aun desde la civilidad, siguen sufriendo la guerra.
Cree que, pese a que seguimos en guerra y pese a que su padre murió asesinado, valió la pena el intento, pues el camino sigue abierto “para sembrar en esta tierra”, en la que su opción y la de los huérfanos de la guerra no debe ser la guerra. Tiene la memoria fresca y la mirada puesta en el futuro, por lo cual lanza un reto: “seamos capaces de establecer esos puentes que otras generaciones no han sido capaces de establecer y de verdad desterremos el odio”.
Tiene la sonrisa y los ojos grandes parecidos a los de Carlos Pizarro, habla pausado como su padre, camina vertiginosa como su padre, de quien tiene recuerdos efímeros, que define como flashes. Lo compara con don Quijote, aunque le molesta “cuando se tiende a idealizarlo y ponerlo en un lugar demasiado alto, porque es lo mismo que se hace con unos personajes casi perfectos”.
¿Quién es Carlos Pizarro?
A mí me gusta que la gente lo recuerde como un hombre, y ahí precisamente está su grandeza: que era un hombre como cualquiera de nosotros, pero con unos valores que no se encuentran a la vuelta de la esquina, con unos valores de compromiso, de ética. A veces pienso que es un poquito como don Quijote, que vive en un mundo con un montón de valores en su cabeza, con sueños, con ética, con palabra, con compromiso, en un mundo donde ya nada de eso existe. Y a veces siento que eso le pasa un poco a mi padre, que él vivía con un mundo en la cabeza, del honor, de la palabra, pero en un mundo donde todo eso ya había desaparecido.
¿Cómo hacer un mundo ideal con las armas? Que es lo que podría considerarse como la contradicción de Carlos Pizarro, porque si menciona el Quijote, el arma que usaba el Quijote era la lanza con la que se iba contra los molinos; el arma de Pizarro era una subametralladora, era un fusil…
Era el momento que se estaba viviendo, cuando se creía que a través de las armas se podían conseguir cambios sociales. Pero que también todas las grandes revoluciones, excepto la de Gandhi, se han hecho así; la revolución en la India, porque ellos tenían una materia prima que es la espiritualidad de la India, que nosotros no tenemos: nosotros tenemos otra historia, somos demasiado apasionados, venimos de unas historias de violencia muy grandes. Por eso se creía que se podía conseguir a través de las armas y fue un camino que se intentó, y precisamente él antes de morir pudo recapitular y decir “por aquí ya no vamos más”. No diciendo “lo que intenté estuvo mal” y arrepintiéndose y echándose golpes de pecho, pero sí reconociendo…
Se había cerrado ese capítulo, esa posibilidad…
Se había cerrado y precisamente él recapituló y dijo “por aquí ya no más” y tomó otro camino. Precisamente ahí está la grandeza, saber cuándo llega el alto. Y tener la fortaleza para lanzarse al abismo, decir “me voy al abismo y lo que me vaya a encontrar”. Y la muerte lo encontró muy pronto.
¿Es la misma muerte del M-19 también? Al declarar el crimen de Carlos Pizarro como un crimen de lesa humanidad es porque se pretende aniquilar a un movimiento. ¿La muerte de Carlos Pizarro es también la muerte del M-19, es la muerte del proyecto político M-19 y después AD M-19?
Como proyecto político, no creo que haya muerto. La gente puede mirar y recoger y hacer un nuevo sancocho con lo que quedó y retomar esas ideas de una manera diferente. Esto quedó latente, y está esperando a ver quiénes lo miran. Pero como movimiento, como opción política del momento, como partido, sí murió con Carlos Pizarro, porque tal vez no hubo quién tuviera la grandeza de recoger eso. Había una gran cantidad de cuadros en formación, a los otros los habían aniquilado a todos en un proceso sistemático. Pero con él sí muere porque los cuadros que venían detrás no tenían la grandeza, no estaba aún formados para retomar todo esto. Entonces tú ves un montón de cuadros que vienen después, pero… yo creo que sí fue una decisión el fin del M-19.
El M-19 tenía una idea y la soltaba a ver quién la ponía a marchar. ¿Eso pasó también dentro del M-19? Porque cuando murieron Bateman, Iván Marino Ospina, Boris, Álvaro Fayad, el M-19 se descuadernó…
Es que eran hombres que habían compartido, que habían luchado juntos y tenían una historia en común y más por lealtad, en honor a esos amigos muertos no dejaban que el proyecto político se diluyera. Me da tristeza decirlo, pero fue una decisión, que fue muy difícil expandirse como un gas por todos los municipios del país… pero sí había cuadros, lo que había era que darles la oportunidad de que se prepararan, pues tenían ganas. Y la militancia a veces se vio abandonada, por todo lo que significó la desmovilización, porque si uno se pone de su lado es muy difícil volver a la vida civil, reincorporarse y más cuando llevas 20 haciendo la guerra o entraste muy joven a ella. Bateman decía que siempre que quede uno del M-19 quedará una esperanza, pero el problema es que tienen que estar dirigidos por alguien y ese alguien tiene que tener el carisma y la credibilidad para que sus hombres lo sigan.
Los hombres y mujeres del M-19 son una generación que pasa de los 40, 50 años, pues el M-19 se desmovilizó hace 20 años. Y los que tienen menos de esa edad, los jóvenes de 20, 25 años no habían nacido o estaban gateando. ¿Quiénes son los herederos del M-19?
Pues los hijos. O todos aquellos que se identifiquen con esto, que busquen una Colombia diferente…
¿Pero los hijos de esos combatientes?
Los hijos de esos combatientes tenemos que solucionar cosas dentro de nosotros. Yo personalmente tomé la decisión de enfrentarlo y ver qué había pasado. Y cuando me puse a verlo, pude tender puentes de acercamiento y de entendimiento. Me pude sentir orgullosa del camino que tomaron mis padres y se me acabaron los conflictos internos, o por lo menos los miro desde otra perspectiva. Acabarse nunca, pero por lo menos los miro desde otra perspectiva. El ideario político del M-19 tendría que ser leído y reinterpretado. E históricamente, no solo los hijos del M-19: los hijos de esta violencia sí somos una generación que está llamada a frenar los ciclos de violencia, que esta historia se muera, a recordar, a recapitular, pues el trabajo de memoria crea puentes de reconciliación y no en los que la gente se siga confrontando más. Ha habido demasiados dolores y no sé si todos los hijos del M-19 estén en capacidad de tomar las banderas de sus padres y no sé si quieran, ni siquiera sé si yo lo haría, el tiempo dirá…
¿Pero no lo está haciendo ya? ¿Esta recuperación de la memoria no es hacerlo?
Sí, es una forma de que la gente conozca su historia, no solamente los hijos de los combatientes sino en general los jóvenes conozcan la historia, vean el otro lado que no se ha contado y ahí pueden iniciar un camino en el que la gente empiece a retomar pero sin extremismos, porque si no, volveríamos a lo mismo. El M-19 era una mezcla en la que confluían muchas mentalidades diferentes y ahí estaba el gran ejercicio de tolerancia que había adentro. Pero es una historia de Colombia, no es una historia de los combatientes, que nos pertenezca, sino que tenemos que abrir los canales para que se vuelva a mirar con otros ojos. Y en su propia investigación pueda tener un criterio propio que no obligatoriamente sea el nuestro, sino que sea una reinterpretación.
¿Y cómo se reinterpreta a la luz de hoy, siglo XXI? ¿Qué sería hoy el M-19? Estos “qué sería” son tan hipotéticos, estos “si” condicionados son tan hipotéticos: si Carlos Pizarro no se hubiera muerto, si el M-19 no se hubiera desmovilizado…
Si ellos no se hubieran muerto, Colombia tendría unos líderes diferentes. Ellos sí habrían cambiado cosas profundas, unos mejores y otros peores, uno podría tener afinidades con unos y con otros no, pero eran capaces de dar la vida por lo que creían y estaban comprometidos a fondo por un país que querían. El hecho es que murieron, que los mataron, que ya no están aquí. ¿Cómo se reinterpretaría? Creo que no hay que hacer un ejercicio demasiado grande: Colombia ha cambiado y ellos serían unos magníficos comunicadores, manejarían muy bien los medios, harían campañas novedosas e inteligentes. Ellos no eran hombres aferrados al poder, lo podemos ver tanto en el caso de Iván Marino Ospina, que lo relevaron en la comandancia general y no pasó nada y eso nunca había pasado en un movimiento guerrillero, que fuera capaz de relevar a sus mandos; en la reunión de Campo Reencuentro mi papá dijo “listo, yo entrego la comandancia” y no le aceptaron, y eso muestra que no era gente que estaba aferrada al poder y a quedarse en la cúpula.
Carlos Pizarro decía que el M-19 no les rendía culto a las armas, no le rendía culto al poder. Usó las armas 20 años pero no les rendía culto. ¿Cómo se interpreta eso hoy?
Las armas son una herramienta en un momento, como puede ser el machete para un campesino. El machete mata, igual. Es más, en este país han matado gente a machetazos y la han desaparecido. El machete para el campesino no es un arma, es una herramienta de trabajo. Para los hombres del M-19, para mi padre, el arma era una herramienta. No era un hombre casado con las armas, sin las cuales se habría sentido medio manco y no podría pensar. Eran hombres pensantes, que tenían la capacidad de soñar sin inhibiciones, y no estaban casados con las armas.
Flashes de la memoria
En lo personal, ¿qué recuerda María José de Carlos Pizarro?
Poquitas cosas. Lo que recuerdo es más lo que he ido reconstruyendo en este trabajo de ocho años, que los recuerdos que tenga de verlo a él, en uno u otro momento. Sí recuerdo, pero son flashes de la memoria y por eso empiezo a hacer un trabajo de reconstruir, de mirar, de emplazar los recuerdos en algún lugar para darles contexto y ayudar a que la memoria se despierte. Pero como el corazón esconde lo que duele, uno se queda con lo mejor. Pero como lo mejor fue tan corto, entonces son como momentos que de repente se prenden, como lucecitas, pero son efímeros. Pero es que así eran nuestros encuentros: efímeros, de momentos súper corticos, apasionados, y por eso uno tal vez tiene esa forma de querer, a veces tan desprendida, y a veces tan  intensa y apasionada.
Valió la pena el sacrificio de no haber tenido a su lado a un padre y una madre que estaban en la guerra, ¿valió la pena que su padre hubiera muerto?
La muerte nunca vale la pena. Habría aportado mucho más vivo que muerto. Pero no fue mi elección ni era mi vida. Era la vida de él y él se empeñó a fondo en eso. No soy yo quién para juzgarlo. Ahora, si valió la pena su lucha, yo sí creo que valió la pena. Tenía que intentarse. Precisamente el error que comete la gente es que ve al M-19 con los ojos de hoy, y es “ese guerrillero que mató y les hizo tanto daño a nuestros campesinos” y uno sabe que eso no es así. El M-19 hizo daño en la guerra, como cualquier movimiento armado, como cualquier persona que está haciendo la guerra. Pero si uno se pone a retomar, a mirar, a hablar con los campesinos, a hacer el trabajo que he hecho, no se encuentra eso. Pero la gente lo está mirando con los ojos de hoy, la gente está mirando a mi papá con los ojos de las FARC de hoy y eso es un error. A ellos hay que mirarlos en el contexto, hay que buscar, hay que entender y hay que construirse un criterio para hacer un juicio más justo. Me gustaría saber en porcentaje en la historia de los últimos 50 años de violencia, el M-19 de qué porcentaje es responsable, comparándolo con otros actores armados. Yo he hecho un ejercicio de crítica grande, yo no es que celebre y diga que fueron divinos y que todos fueron divinos. Yo he sido crítica con ellos, he tenido discusiones. Y no me amarro o intento no amarrarme.
¿Habría que hacerles un juicio al M-19 y a Carlos Pizarro?
Cuando el M-19 se desmovilizó y hubo un indulto y ellos se reintegraron, el país los recibió como lo hizo y de eso la gente no se acuerda. A mi papá lo recibieron multitudinariamente, era impresionante. Yo he estado hablando con la gente, he estado mirando los archivos de prensa, lo he estado investigando y creo que el país sí entendió en ese momento lo que había hecho él y le abrió las puertas y, digámoslo así, lo perdonó.
Pero Carlos Pizarro era un hombre mediático. Y era, como banalmente se dice, el “comandante papito”. ¿Se aceptaban las propuestas, la postura, la ética del M-19 y de Carlos Pizarro o al “comandante papito”?
En el elemento femenino, puede que sí, porque no más verlo era agradable, seguramente habrían visto sus discursos así no le pararan muchas bolas. Pero en el elemento masculino también hace eso, porque tiene carisma, porque la gente percibe cosas diferentes, ve una mirada limpia. Por qué genera esas simpatías en el elemento masculino también, no era solo que las plazas estuvieran llenas de mujeres, porque en Valledupar, en Yumbo, en Bogotá, estaban también llenas de hombres. Entonces qué los convocaba: esa facilidad de la palabra, esa forma de hablar, ese carisma. Pero que el país no alcanzó a conocer, es que fueron 45 días. Y se recuerda al más militar del M-19, es que Carlos Pizarro era el hombre más militar, e hizo el viraje y la gente entendió ese mensaje: cómo el hombre más militar era capaz de dejar las armas, porque fue él quien dejó las armas aun perdiendo. Lo hicieron porque se les dio la gana. Y algo más: era una paz sin retorno, era una paz como decisión, ellos decidieron hacer la paz, no es que ya no tuvieran otra opción, no. Opciones para hacer la guerra siempre hay y cuando uno está radicalizado se queda ahí hasta que lo aniquilan y matan a todo el mundo. No: ellos decidieron la paz como una opción y es una paz sin retorno. Porque no volvieron a la guerra y 20 años después podemos ver que no volvieron a la guerra. Y la gente entendió ese mensaje, y cuando muere mi papá, en la gente de este país murió esa esperanza de paz, y nos ahondamos en una guerra tres mil veces más sanguinaria. Ellos se desmovilizaron justo antes de que empezara a degradarse de la manera como se degradó entre 1990 y el 2005, con la guerra que tenemos hoy, degradada, con odio; no hay respeto por el otro, por el enemigo, por el campesino, por el que piensa distinto: es que hay una guerra contra el que piensa distinto. ¿Por qué no podemos coexistir, sentarnos a hablar?
Dice que con usted y con su generación muere esa opción de la guerra y que los huérfanos de Carlos Pizarro, los huérfanos de todos los lados están en disposición de cerrar definitivamente ese ciclo de guerra…
Ojalá fuera así. Mi opción es esa, y creo que la de algunos herederos de esa violencia. Hay mucha gente que está en esa disposición, pero no puedo hablar por todo el mundo. En este país donde a todo el mundo le han secuestrado a alguien, le han matado a alguien –la violencia ha tocado todos los estamentos y todos los rincones– ojalá pudiéramos reencontrarnos, mirarnos a los ojos y decir “bueno, a usted le mataron, a mí me mataron, a todos nos han matado a alguien”. Entonces mirémonos a los ojos y mirémonos diferente y seamos capaces de establecer esos puentes que otras generaciones no han sido capaces de establecer y de verdad desterremos el odio.
“Yo no quiero que me maten”
¿Quién es María José Pizarro?
Una persona que se está construyendo, que tiene la sensibilidad. Soy quien soy gracias a mis padres, ellos me enseñaron y me heredaron un camino aunque no hayan estado conmigo criándome en la cotidianidad, pero con su ejemplo sí me enseñaron que puede uno tener la capacidad de soñar, de amar, de crear. Yo soy una persona que quiere este país profundamente, que quiere su tierra, soy una persona arraigada y que –ahora que vuelvo– voy encontrando los caminos para sembrar en esta tierra. Me gustaría poder criar a mis hijos aquí, poderle entregar cosas a este país; si soy hija de quien soy y la vida me dio esta herencia, sería un equívoco no aprovecharlo. Sería irresponsable. Si tengo la posibilidad de hacer algo, debo hacerlo. Pero de una manera diferente, que no genere más violencia: yo no quiero que me maten ni sería capaz de matar a nadie. A mí no me enseñaron la apología a las armas, alrededor mío no existieron armas, no existieron odios ni rencores, me enseñaron que hay gente que piensa diferente, me enseñaron caminos de tolerancia. E independientemente de lo que me han enseñado, he construido una vida que me ha llevado hacia allá. Yo he tenido todo y no he tenido nada. Y no he tenido nada por opción propia, porque buscaba comprender qué pasaba en este país, qué pasaba en la gente y por qué mis padres habían hecho lo que habían hecho. Soy una mujer que pese a su herencia, tiene su propio criterio, tiene su propio camino y le gusta construirse a sí misma.
¿Carlos Pizarro estaría orgulloso de María José?
Ojalá. No sé. Yo no lo conocí, esa respuesta no la puedo dar yo.
Entonces esa pregunta se la hago a Myriam Rodríguez, la mamá.
Yo sí: íntegramente. Me parece que es una persona honrada consigo misma, en una búsqueda por mejorar y por entender. Y abierta a todas las propuestas, abierta a todos los caminos. Exigente, de un rigor consigo misma –y eso lo heredó de su padre–, y creo que es una persona profundamente honrada. Me siento orgullosa, claro.

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