javiercorreacorrea

Escritor, ensayista, comunicador social – periodista, docente universitario, nacido en Barranquilla (Colombia) en 1959. Primer finalista en el Concurso Nacional de Novela del Instituto Distrital de Cultura de Bogotá, con La mujer de los condenados (2001). Ganador del Concurso de Novela Corta del Taller de Escritores de la Universidad Central, con Si las paredes hablaran (2006). Autor de más de 50 cuentos cortos, algunos ganadores de premios nacionales.

29 agosto 2018

Al margen de una poeta samaria


A una poeta, si se la conoce, se la conoce dos veces. A María Teresa Escobar De Andreis, Mary, la conocí hace un mes en Santa Marta, a donde fui a decirle adiós a Pompo, un amigo mutuo, muerto cuando les cumplió a los sueños que él no pudo alcanzar. Pero ese es otro cuento. U otro poema.
La segunda vez que conocí a María Teresa Escobar De Andreis fue hace una semana, a través del poemario Al margen, publicado casi sin que ella se diera cuenta, pues no le gustan esas vainas de la fama, las entrevistas, las fotos, las reseñas, la demanda de tiempo para atender periodistas y amigos. Aunque a los últimos sí los recibe con grande afecto, pues, como el también caribeño Gabriel García Márquez, ella escribe para que los amigos la quieran más. Y para quererse a sí misma. O para dejar plasmado en palabras sobre papel lo que quiere, lo que teme, lo que anhela.
A María Teresa Escobar De Andreis se la puede conocer dos veces, porque ella nació dos veces. Es que ya murió una vez, en un accidente de tránsito, que sería redundante calificar de absurdo, pues todos lo son.

Yo ya morí una vez
Nada más valioso
que una mujer anterior
y una lenta convalecencia
para quien creyó morir un día:
14 de marzo de 1994.
Cuando las alas de la muerte
nos han rozado
lo que parecía importante
ya no lo es. Se empieza a ver.
La vida se muestra al desnudo. 
El vestido que nos cubría
se cuartea dejando ver esa otra
que escondía nuestro rostro,
esa que el evangelio no quiere que seamos,
la misma que la religión intenta eliminar.
Desde entonces amé en verdad
a ese ser primario, resucitado, 
a esa otra verdadera
que acabó de nacer en mí.

Renació. Ama a José, a quien describe como "el mejor hombre del mundo". Él también la ama. Y amarla es su forma de escribir.
Al frente de su casa hay un templo con nombre de santa, y cada semana pasa sin mirarlo, camino al mar, a donde va a revitalizarse los domingos, religiosamente.

El mar, el mar, el mar
Dios que enseña los dientes y
a mordisquear el placer sin remordimiento,
a acariciar la piel del sol
sin la presión colérica de una larga culpa
que nos oprima,
a consumir sin medida ni aspavientos
el vicio de aspirar y beber
con lengua, boca y voluntad
los benditos y pecaminosos pensamientos
que provienen de la razón y de la sinrazón
y de los latidos que nos impulsan.
Bienpensados sean los sentimientos
que empujan los sentidos a elevarse
sin tener que pedir perdón.

Son 74 poemas los que componen el libro Al margen, que será lanzado oficialmente el 13 de septiembre en el auditorio Madre Margoth Dávila del Claustro San Juan Nepomuceno, en su natal Santa Marta. De modo que me adelanto a la fecha, sin permiso de María Teresa Escobar De Andreis, como a ella no le pidieron permiso María Margarita  Delgado Campo y Rosalba Rodríguez De la Sierra Escobar para publicar el libro, en una bella presentación de Ediciones Exilio.
En algunos casos, los títulos, como siempre, nos orientan a los lectores y, en otros, forman parte de los poemas, como un verso más, inseparable, rítmico, contundente. Se escribe a sí misma y nos escribe a los amigos que charlamos al frente de su casa en bancas de madera, a los pintores, a los poetas, a los escultores. Y nos dice, en singular: "gózate cada obra con exceso y abuso./ Procura no decepcionar mis poemas".
Y se lo dice a sí misma:

¿Admiración o terror?
Odian o aman lo que escribo
No lo sé
Leen con pasión o con lágrimas
Tampoco lo sé
Me creen loca o lúcida
No tengo ni idea
Lo único que sé y estoy segura
es que es una mujer
pobremente rica
que cuando escribe
no lo hace por la sangre, por el cuerpo
o por la cabeza de un Cristo.
Decidida, no osa decir nada igual a las demás,
pero la voz que dibuja sus poemas
es el pálido rostro de muchas mujeres.

Escribe todos los días, guarda en papeles, en cuadernos, en una red social, sin esperar comentarios. Le importan un bledo. Pero sí se explica que "quizá mi mayor pena sería perder para siempre la palabra". Que siga escribiendo María Teresa Escobar De Andreis, a quien ahora, y en tan poco tiempo y tan pocas páginas, conozco un poco más. Es que, como pontifica desde la espuma de una ola, "el poeta es el único que sabe decir verdades".


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13 agosto 2018

¡Qué aburrimiento!

Llegar a la oficina y confirmar que no han devuelto el disco duro del computador. No tener un libro a la mano. Tener, eso sí, una gripa espantosa -como todas- y muy poco ánimo.
Estoy en la universidad. Acabo de terminar clase vespertina y dentro de hora y media empieza la sesión con otro grupo. El tiempo pasa lento. Demasiado. Al punto que prefiero no mirar el reloj que me hace coquitos desde la muñeca de mi brazo izquierdo, que soporta con dejadez mi cabeza. Es la mano derecha la que dibuja irreconocibles figuras que deben ser letras y palabras, pero ni siquiera ahora mismo podría traducirlas. A lo mejor es lo mejor, porque de pronto se trata de galimatías escritos al azar, sin orden, sin secuencia, sin lógica.
Pero en algo debo ocupar este tiempo, pues de lo contrario sería más aburrido. Lo más probable es que cuando esté aliviado relea estas notas garabateadas sobre un cuaderno del Comité Internacional de la Cruz Roja que me regalaron hace como año y medio, y no había abierto. No es una figura retórica, me hago la aclaración a mí mismo y les advierto a los muy poco probables y desocupados lectores. De pronto alguien tan desocupado como yo, alguien tan aburrido como yo.
Igual, voy a seguir cubriendo renglones trazados con tenue tinta gris sobre papel blanco. También las líneas son monótonas y estrechas. Un total de treinta y dos en cada página. Ni yo mismo creo que voy ya en el renglón treinta y cinco. Eso me da ánimos. "Tú puedes", me digo. Y avanzo. Al ritmo del aburrimiento mismo.
Me acabo de poner como meta el seguir escribiendo hasta que sea la hora de irme al salón donde los estudiantes se habrán de alegrar de que yo esté enfermo y, por lo tanto, la clase terminará más temprano. Igual, ya el sol está recostado en el horizonte, las pocas y tenues sombras se alargan, y dentro de poco el cielo estará oscuro. Dudo de que alguien se fije en eso. La mayoría de las personas se dan cuenta de que ya es de noche cuando deben prender el bombillo en el techo o la lámpara. Y más tardecito, porque les da hambre. Y a la camita, como decía en televisión un muñeco de peluche, animado sobre un fondo oscuro, para que no se notaran las manos enguantadas de quien lo manipulaba. De eso hace muchos años y supongo que alguna vez lo vi en blanco y negro cuando estaba -yo- enfermo y mi mamá me daba aguapanela caliente con limón. Me ponía a sudar como un trabajador en un cañaduzal a las doce del día en el Valle del Cauca. Debe ser que vi ese programa en Cali porque allá fue mi crianza, antes de venir a vivir a Bogotá, donde todavía insisto en andar medio desabrigado. ¡Y tome! Por eso me dio gripa. Lo intuí pero me las di de adolescente que todo lo resiste.
El tiempo ha transcurrido, qué maravilla. Ya no miro por la ventana, sino que reviso el reloj en la mano izquierda. Completo mi indumentaria para irme al salón de clases y dejo estas líneas abiertas por si algún día me da por revisarlas. O por si alguien con más aburrimiento que yo decide empezar y terminar de leerlas.