javiercorreacorrea

Escritor, ensayista, comunicador social – periodista, docente universitario, nacido en Barranquilla (Colombia) en 1959. Primer finalista en el Concurso Nacional de Novela del Instituto Distrital de Cultura de Bogotá, con La mujer de los condenados (2001). Ganador del Concurso de Novela Corta del Taller de Escritores de la Universidad Central, con Si las paredes hablaran (2006). Autor de más de 50 cuentos cortos, algunos ganadores de premios nacionales.

30 junio 2018

Literatura, religión y bendición a la guerra


Una de las frases que animan a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, para que en la batalla definitiva expulse a los marroquíes que durante ocho siglos han vivido pacíficamente en la Península ibérica, es: "Delan' Mio Cid, /(é delant todos) ovistete [genial] para alabar que matáras al moro". 
La frase forma parte de la epopeya anónima Cantar de Mío Cid (1200), que narra la forma como los castellanos se deshicieron de los africanos, que al ser vencidos militarmente cruzaron el Mediterráneo y regresaron a la tierra de sus ancestros.
Curioso es que Cid significa Señor, en árabe. Y aunque podría catalogarse como lo que hoy es un mercenario, desde finales del siglo XI Rodrigo Díaz de Vivar es considerado un héroe nacional en España y varios monumentos testimonian su paso por este mundo.
Es uno más de los centenares de ejemplos de la forma como la literatura ha sido puesta al servicio de causas políticas y militares, con la excusa de la religión. Se suponía que después de ochocientos años, los musulmanes se habían convertido en una amenaza para la consolidación del catolicismo. O para la formación de lo que después serían las Naciones, siglos después: Portugal (que también expulsó a los moros), España, Francia, Alemania, Italia...
Sin ánimo ideológico, el muy querido José Saramago narra en una de sus maravillosas obras, El cerco de Lisboa (1989), la forma como los lusitanos también sacaron a los moriscos, tras contar con el apoyo de toda Europa. Saramago, con su inconfundible humor, escribe una novela, en la que un corrector de estilo agrega un "no" a la solicitud de ayuda del rey portugués a sus colegas –y familiares– de otros reinos cristianos. La historia, sin duda, habría sido otra. Pero eso es, precisamente, ficción.
También en España, la que es considerada la más importante obra de la literatura española y una de las más destacadas de la literatura universal, es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), de Miguel de Cervantes Saavedra.
Además de haber sentado un hito en las letras universales, con la que es considerada la primera novela, y de haber roto el hilo de las novelas de caballería, Cervantes aclara que se trata de una obra de ficción y que si los lectores se arriesgan, encontrarán algo que no es cierto. Pero sí, creíble. Utiliza un juego de palabras y crea un supuesto historiador, Cide Hamete Benengeli, y vuelve a aparecer allí el Señor árabe, el Cid(e). El problema es que emplea dos argumentos para descreer la historia: primero, que hay un montón de manuscritos rescatados de un naufragio. Están incompletos, por lo que Cervantes se ve obligado a llenar las páginas que faltan, y, por lo tanto, no se puede creer todo lo que allí se diga.
Segundo, y más grave aún si de política e ideología hablamos, es que dice que los originales, por ser de un musulmán, son falsos. Aduce que todos los musulmanes son mentirosos y los lectores creen. Le creen a él, a Cervantes, quien supuestamente tenía experiencia en ese aspecto, pues había estado preso en una cárcel musulmana, después de haber sido herido y capturado en la batalla de Lepanto (1571). Batalla que fue librada por varios reinos europeos contra los musulmanes del Imperio turco-otomano. 
Las cruzadas, que se prolongaron varios siglos, dizque para liberar de los musulmanes la tierra de Cristo. Cuando, en el fondo, buscaban asegurar las rutas comerciales entre Europa, Asia y África. 
Pero sigamos. Demos un salto a la Rusia del siglo XIX, cuando uno de los clásicos de la literatura universal, León Tolstói, escribió una de sus obras cumbre, Ana Karenina (1877). ¿Qué tiene que ver con las guerras supuestamente religiosas? Resulta que después de la muerte de Ana, su amante, el conde Wronski, parte para la guerra en Serbia, en defensa del paneslavismo, otra vez contra el Imperio turco-otomano. Dice un personaje que "no se trata de una guerra, sino de una demostración de simpatía cristiana. Si asesinan a nuestros hermanos, y no solamente a los hombres, sino a las mujeres, niños y ancianos, es natural que el pueblo ruso se indigne y vuele en socorro de sus correligionarios, decidido a poner término a estos horrores (Tolstói, 2001, p. 642).
Y cuenta el modus operandi, al decir que "Los sacerdotes reciben la orden de hacer un llamamiento. La gente escucha con atención, pero sin comprender una palabra y lanzando suspiros como cuando oye un sermón" (Tolstói, 2001, p. 643).
Pocos ejemplos, no se sabe si fueron concebidos con la oculta intención de hacer propaganda político-religiosa. Pero a fe que lo hacen. Una breve mención a El mercader de Venecia, en el que William Shakespeare salva a un buen cristiano de las garras de un mal judío.
Faltaría ver cuántas obras más han sido escritas en las nuevas "cruzadas" de los siglos XX y XXI, por parte de los cristianos "buenos" contra los musulmanes, los "malos" del paseo.

Bibliografía:
Anónimo (1200 [1952]). Cantar de mío Cid. Buenos Aires: Editorial Atlántida. 
Cervantes Saavedra, Miguel de (1615 [2001]). Don Quijote de la Mancha. Barcelona: Círculo de Lectores S. A.
Don José Amador de los Rios (1863). Historia crítica de la literatura española, volumen III. Madrid: Imprenta de José Rodríguez. Disponible en https://books.google.com.co/books?id=VtBJAQAAMAAJ&pg=PA183&lpg=PA183&dq=ovistete&source=bl&ots=kyOiXYW5ro&sig=OdZm4XXV5YRpPIL2qBraCQ9UBxk&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwiUoPDErPzbAhVMq1kKHQ0kBQsQ6AEILDAB#v=onepage&q=ovistete&f=false 
Saramago, José (1989). Historia del cerco de Lisboa. Lisboa: Editorial Caminho.
Tolstói, León (1877 [2001]). Ana Karenina. Buenos Aires: Editorial Clarín.