javiercorreacorrea

Escritor, ensayista, comunicador social – periodista, docente universitario, nacido en Barranquilla (Colombia) en 1959. Primer finalista en el Concurso Nacional de Novela del Instituto Distrital de Cultura de Bogotá, con La mujer de los condenados (2001). Ganador del Concurso de Novela Corta del Taller de Escritores de la Universidad Central, con Si las paredes hablaran (2006). Autor de más de 50 cuentos cortos, algunos ganadores de premios nacionales.

06 diciembre 2017

Amos Oz, persona que detenta la feliz carga de la literatura



Por Javier Correa Correa

Amos, en hebreo, significa “el que detenta cargas”. Y tal vez la más pesada carga que detenta Amos Oz, el hombre de 78 años que escribe novelas casi autobiográficas, es la relación entre israelitas y palestinos en una tierra milenaria en la que han vivido o por la que han transitado varias de las más importantes personas en la historia de la humanidad.
En Jerusalén, donde el escritor nació en 1938, existen, por ejemplo, sitios sagrados de los católicos, los musulmanes y los judíos.
Desde su natal Rusia, Yehuda Arie Klausner y Fania Mussman, los padres de Amos, migraron a Israel cuanto todavía era la tierra de Palestina ocupada por Inglaterra. Hoy, Palestina es ocupada por Israel, y Amos Oz se ha declarado opositor a la guerra, frente a la cual considera que la supervivencia de ambos pueblos depende de que haya convivencia pacífica.
Por ejemplo, dijo que los bombardeos a la Franja de Gaza han sido “crímenes de guerra”. Esto le ha costado señalamientos de traición, por parte de la extrema derecha de su país (no me atrevo a decir cuántos judíos sionistas son de la extrema derecha), y ha sido una de las posibles causas por las que nunca le hayan entregado el Premio Nobel de Literatura, al que ha estado nominado en múltiples ocasiones, incluido el año 2017.
Como soldado participó en la Guerra de los siete días (1967) y en la Guerra de Yom Kipur (1973), y varios de sus personajes reconstruyen lo que Amos vivió en esos estúpidos momentos bélicos. Creo que todas las guerras son estúpidas, pese a que la historia de la humanidad es la historia de las guerras, y los supuestos héroes son o fueron combatientes.
Alec o Alex (es un recurso de Amos Oz, el de atribuirles varios nombres a los personajes), protagonista de la novela La caja negra (1987), es un importante académico israelí, quien vive en un exilio voluntario en Chicago, Estados Unidos, y regresa a un kibutz en las últimas semanas de su vida.
El mismo Amos vivió en un kibutz, en los primeros años de su vida, y allí conoció a Nily Zuckerman, con quien se casaría años después.
La caja negra, escrita a manera epistolar, es, como toda carta, de un intimismo que permite armar el rompecabezas de los personajes, detestables y detestados al comienzo, pero que en cada línea van dando a conocer sus más secretos pensamientos e intenciones en la vida. Otros, se escudan en las palabras para ponerse las máscaras que los identifican como personas (persona, en griego, significa máscara).
En otra de sus novelas, Fima (1991), el protagonista se ha separado de su esposa y sostienen una tortuosa relación alrededor de su único hijo (Amos es único hijo). Historia que retoma de La caja negra, aunque en Fima es la mujer quien viaja a Estados Unidos y el exesposo permanece en Jerusalén. En Fima, ella es ingeniera aeroespacial y en La caja negra, él tiene que ver con aeronáutica.
Es tal vez una de las explicaciones del nombre de La caja negra (considerada una de las más representativas obras de Amos Oz), pues caja negra es, precisamente, donde quedan grabados los registros de vuelo de una nave, para tratar de explicar las causas de un accidente, si este ocurriera. Registros que incluyen aspectos técnicos y conversaciones de los pilotos, los técnicos y los auxiliares de vuelo en cabina.
Aquí, en las cartas, están los registros de las conversaciones técnicas y humanas de Alex, Ilana (la exesposa), Boaz (el hijo) Manfred Zakheim (el abogado), Michel Sommo (el judío ortodoxo y segundo esposo de Ilana). Humanas, con todo lo que de humanos tengamos las personas (máscaras), o los personajes que, en ocasiones, son reflejo y testimonio de la realidad y, a veces, son modelos de ficción para los seres de carne y hueso.

Con toda la fuerza que como persona tiene un creador de ficción, tal vez autobiográfica, como Amos Oz.

Foto Amos Oz, tomada de Wikipedia.

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03 diciembre 2017

Rogelio Echavarría, El transeúnte tímido

Por Javier Correa Correa

Conocí a Rogelio Echavarría cuando yo era todavía un adolescente y aspiraba a ser, como él, escritor y periodista. Fue él uno de los más constantes y fieles amigos de Felipe González Toledo, aquel que, según Gabriel García Márquez, había inventado la crónica roja en Colombia.
Además de amigos, fueron socios y durante el régimen de Gustavo Rojas Pinilla fundaron el semanario Sucesos, que duró poco tiempo. O demasiado, si pensamos que sobrevivió a la dictadura y todas las dictaduras son eternas. Regresaron a uno de los dos periódicos capitalinos hasta cuando tuvieron edad para jubilarse y dejar atrás los afanes del periodismo diario.
Pero siguieron escribiendo. Y Rogelio, además de escribir, se dedicó a hacer antologías de poetas noveles o que han pasado al olvido. Una tarde leí unos versos de un muchacho imberbe, estudiante de la Universidad Nacional. Llamé a Rogelio y le leí el poema. Con urgencia me pidió que se lo hiciera llegar y lo incluyó en un libro dedicado a la madre.
Y siguió escribiendo. Su único libro, muchos en uno solo, recibió el título de El transeúnte. Su primera edición data de 1964, cuando yo tenía cinco años y a duras penas me acercaba a la lectura en un caluroso salón del Liceo Santa Ana, en Cali.
Rogelio siguió escribiendo, claro, y El transeúnte se nutrió en cada edición.
Yo ensayé –todavía lo hago– a escribir.
Dejé de verlo varios años y cuando supe que lo habían nombrado miembro de la Academia de la Lengua, lo llamé para hacerle una consulta. Acababa yo de escribir mi segunda novela, Si las paredes hablaran, y las licencias literarias me permitieron utilizar una palabra hasta entonces inexistente para designar a quienes quedan huérfanos: orfanar. Le gustó el término, pero lo interpretó distinto, no como quien ha orfanado por las leyes de la vida, sino porque alguien ha matado al padre o la madre de quien queda en la orfandad.
Así me siento un poco hoy, pese a que la última vez que escuché su voz fue hace diez años. Supe luego que él había perdido la memoria, aunque estoy seguro de que hasta el último día en su mente ocuparon un espacio Beatriz, su amable y dulce esposa, y su hijo músico, a quien recordaba con mucha nostalgia tras habérsele anticipado en la muerte.
En un país como Colombia, donde además de abogados y médicos todos nos reclamamos poetas, hace falta ahora un periodista y poeta, alguien a quien admiro con un aprecio que me impulsa a escribir estas tímidas líneas. Porque Rogelio fue tímido, desde cuando nació en Santa Rosa de Osos, Antioquia, en 1926, hasta cuando murió en Bogotá, en 2017. Terminó su periplo como El transeúnte, pero sus letras están ahí, en esta patria de bardos, no todos tan ilustres como él. Aquí una muestra, un –tal vez– lugar común:

Lugar común
Ya que no todos podemos ser
poetas
comprender lo sublime
o exaltar lo sencillo
hablemos francamente
confesemos nuestro fracaso
de hombres sin alas
de hojas muertas en el estío
nuestros empeños ciegos
sin metáforas vanas
nuestra identificación con todos
o con casi todos
y si alguien nos entiende
y fecunda nuestra impotencia
eso también es poesía
o por lo menos una gota
en la sed del infierno
cotidiano.



(Foto tomada de El Tiempo)

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01 diciembre 2017

Tamara, arte y testimonio





Por Javier Correa Correa
Con la impecable –y dramática– interpretación de Luis Fernández, y bajo la dirección de Elia K. Schneider, la película venezolana Tamara narra la vida de Tamara Adrián, abogada que tras una vida de incertidumbre decide cambiar su sexo masculino por el femenino.
Estrenada en noviembre de 2016 en Caracas, la película contó con la asesoría directa de Tamara Adrián, primera persona transgénero en ser elegida diputada en Venezuela y América Latina, luego de haber pasado por la universidad en calidad de profesor y profesora, donde enfrentó con dignidad y entereza las primeras manifestaciones de homofobia por parte de directivas y hasta estudiantes y, no obviamente pero también, de docentes.
Tamara empezó desde niña a sentir que, como ya se ha vuelto frase de cajón, vivía en un cuerpo que no le correspondía. Pero ella –aún era él– sabía que sí era su cuerpo pero que debía ser cambiado.
Viajó a París y regresó a Caracas por asuntos familiares, y en Caracas se quedó. Sobrevinieron los cambios, los temores, los rechazos, las presiones y decidió asumir el papel de hombre que “emanaba testosterona por los poros”, como describió al actor la periodista caraqueña Dulce María Ramos, quien está en Bogotá promocionando esta y otras cintas.
Tomás Mariano Adrián se casó, tuvo dos hijos y durante varios lustros vivió una vida “normal”. Con toda la “normalidad” del matrimonio, la vida cómoda y profesionalmente exitosa.
Pero un encuentro casual en una calle sirvió de interruptor y el abogado se confrontó a sí mismo, con su vida, con sus esposa y con sus hijos.
El primer paso fue el travestismo. Ante el cual sufrió el rechazo al que hice referencia, e incluso se le siguió un proceso disciplinario en la universidad para expulsarlo. Conservó el puesto y se enamoró de la bibliotecaria del centro educativo, quien tuvo que lidiar con sus propias dudas para aceptarlo.
En el año 2002, el profesor se sometió a una vaginoplastia, esto es, cambió de sexo.
Aunque incluye algunas escenas que a mi parecer no son necesarias, como primeros planos de la cirugía, la película logra que quienes la ven enfrenten los tabúes sociales, sicológicos y hasta religiosos, para entender –al menos un poco– el drama de quienes deciden cambiar de sexo.
Tamara inauguró el Festival de Cine de Bogotá el pasado mes de octubre, pero fueron muy pocas las personas que tuvimos la posibilidad de verla, pues ni siquiera formó parte de la programación oficial. La mayoría de espectadores eran de la colonia venezolana, pero pocos colombianos supieron siquiera que esta historia se proyecta en la pantalla grande. Tras ganar varios premios internacionales, es hora de que alguna distribuidora colombiana se ponga las pilas e incluya esta película en su programación habitual. Si no, la invitación es a los cineclubes, pues Tamara, con una mirada artística, explora la dura realidad de las personas transgénero.

Ficha técnica
Dirección: Elia K. Schneider.
Guion: Elia K. Schneider y Fernando Butazzonila.
Producción: José Ramón Novoa.
Reparto: Luis Fernández, Prakriti Maduro, Karina Velásquez, Mimí Lazo, Julie Restifo, Carlota Sosa, Jhovana Lozada, Alberto Alifa, Gerardo Blanco, Tamara Adrián, Samantha Dagnino, Laureano Olivarez, Guillermo Londoño, Leandro Arvelo.
Fotografía: Peter Cikhart.
Música: Osvaldo Montes.
Sonido: Damián Montes.


Frases de antología
"Tengo control sobre mi sicología, mi sexo", dijo hoy cantante mexicana de cuyo nombre no quiero acordarme.